Esta semana nos la hemos pasado de un lado a otro corriendo con los preparativos para la inauguración de nuestro cerco. Por lo mismo, hemos estado prácticamente todos los días en la casa de la señora Maritza, presidenta de la comunidad Maulikan. Ya no sé si vivimos ahí o en la cabaña que alquilamos. Su familia ya nos conoce y sus hijxs nos reciben con abrazos a diario.
Para la inauguración, ella ha propuesto que preparemos comida típica. Comida local, comida con historia, comida que también genera, que colectivamente y entre todas, tengamos que preparar el cóctel para ese día. Por eso que hemos ido de un lado para otro. Con el Seba primero a hacer las compras a Puerto Montt y a Pargua centro, según la lista y cantidades que nos indicaron, para luego repartir en diversas casas de la comunidad los ingredientes necesarios para preparar nuestro festín. También hemos estado repartiendo las invitaciones a nuestros invitados. Como nosotros estamos en auto y no tenemos hijxs, nos tocó la tarea de ir a invitar a quienes deseamos ese día nos acompañen. Tras tanto trajín para todos lados, repartiendo harina, aceite, azúcar, papas entre otras cosas que compramos, hubo eso sí, siempre tiempo para unos mates y pancito amasado. Creo que la señora Maritza me tiene en engorde, ¡cada día nos llena de comida rica! De pan con queso y mermelada de grosella que ella misma hace.
Así, llegado el jueves recién pasado, nos reunimos toda la tarde y hasta la noche (muy tarde), algunas de la comunidad y nosotrxs por supuesto, a preparar las comidas para el cóctel.
En la casa de la señora Maritza una vez más fue el encuentro. Llegamos con el Seba, la señora Mabel y la señora Angélica, más los hijxs pequeñxs de cada una de ellas, a preparar las comidas mientras ellxs jugaban e intentaban comérsela. La idea fue hacer, como ya decía, cocina con historia, cocina con memoria, cocina local: aquella que de antaño se ha preparado en este lugar y que ha sido traspasada de generación en generación. Cocina con orígenes huilliches o veliches, aquella que se mezcló con la española en tiempos de la colonia y que a la fecha perdura en esta zona de la tierra. La idea también era hacerla en colectivo, así es más entretenido, así podemos mientras matear, conversar y aprender unas de otras los secretos y artes de la cocina. La verdad que fue un día lindo, como siempre es con Maulikan, lleno de risas. Un día de pelar papas (aún me duele la mano de pelar tantas), un día de harina y masa. Las chicas hicieron milcaos (sin chicharrón para que yo pudiera comer), tortillas de papas, empanadas de navajuelas y empanadas de manzana. Todo quedó exquisito. Lo sabemos porque entre medio del hacer, lo fuimos degustando. El Seba tras la cámara se convirtió en “el catador”. Y es que hasta se parece! con los pelos, con la barba.
Estuvimos hasta más de la 1 de la mañana en el trabajo de los fogones compartiendo con la señora Maritza y Don José, el dueño de casa, que creemos que ya nos quiere también de tanto vernos por su casa.
Si “la obra colaborativa es o puede ser un proceso, una metodología, una práctica cooperativa, un territorio específico, un modo de hacer, de habitar, de acercarnos a la complejidad de unas vidas que estamos intentando entender, que tratamos de recuperar desde el común” (Selina Blasco y Lila Insúa), más allá de una posible obra como producto a contemplar, nosotras en este hacer común nos encontramos viviendo arte, habitando y experimentando arte, haciendo, vinculando y comiendo arte.