El trabajo ha sido fructífero.
Mientras más días pasan trabajando en las jornadas de la residencia, los y las niñas se acercan cada vez más. Seguimos trabajando en la iconografía andina. Hemos graficado ocho figuras representativas de la cultura aymara, figuras que primero dibujamos, luego las pintamos y bordamos. Al mismo tiempo se va dando vida a nuestra obra, mientras las madres continúan bordando el telón en gran formato.
Los niños y niñas tienen entre 3 y 14 años. Yo suelo llegar dos horas antes de la hora acordada con el fin de limpiar y preparar el espacio de trabajo, siempre me preocupo que sea un lugar bello y acogedor. Esto ha provocado que siempre al llegar me encuentre con 3 a 5 niños y niñas que me esperan con ansias en la cancha, mientras juegan a la pelota. Ellos y ellas se suman a la preparación de la jornada. Lo sorprendente es que dejen la pelota, para entrar a la sede a bordar.
Hoy tres niños varones de 9 a 12 años se lucieron con los puntos que sacaron, tengo la sensación de que toda su vida han estado cerca de lana. Les encanta y poco a poco vamos logrando avanzar en un trabajo que se transformó de una creación colectiva de mujeres a una creación colectiva de mujeres, además de sus hijos e hijas, en torno a su identidad, su nuevo territorio y el territorio que habitaron sus ancestros.
Los niños y niñas de Las Quintas han demostrado tener mucho interés por su historia y cada día es para mí un aprendizaje. Crean y reflexionan y solo después de terminar, vuelven a la pelota, los juegos, la cancha.