El chuañe, también conocido como mella, es una receta antigua elaborada en base a papa rallada, harina y azúcar, ingredientes todos que se unen formando una masa y se colocan a cocer envueltos en una hoja de pangue o nalca, que le aporta sabor a esta comida. Para muchxs la mella es considerada una receta chilota, aunque su origen parece ser más bien huilliche, y la verdad, es que he escuchado sobre ella más acá en Pargua y Calbuco que en Chiloé. De hecho, en esta localidad es tradición realizarla para el Día de Todos los Santos, momento en que se prepara y lleva a los cementerios para compartir en familia y con vecinxs. Hoy, dicen que esta tradición se está perdiendo y que es poca la gente que la comparte y degusta en esa fecha, sin embargo, en algunas casas persiste, siendo un alimento presente en cada mesa.
Ante mi curiosidad por esta receta, la historia tras ella, y por supuesto su sabor, nos reunimos el viernes pasado una vez más con las mujeres de la Junta de Vecinos de Chayahué con quienes quedamos de preparar Chuañe. La idea era que nos enseñaran cómo se hace. Ver, grabar y fotografiar su proceso para luego compartir y comer todo lo hecho. Así que nos reunimos varias mujeres de diversas edades, vecinas, amigas, familia, a preparar y disfrutar esta receta antigua, junto a mates, zumo de durazno, refresco, historias, unos cuantos “pelambres” y risas. También nos organizamos un poco más sobre el trabajo que haremos juntas. Un tejido en telar que quedará en la sede de la Junta y que esperamos ya prontamente poder empezar.
Para mí fue una tarde de viernes estupenda. En ella no sólo aprendí a hacer Chuañe, sino que también sobre otras miradas y versiones en torno al ser y no ser huilliche, en torno a las subvenciones del Estado y las municipalidades, sobre los para ellasbeneficios de las empresas del salmón, entre otros temas. Ese día me dediqué a escuchar y observar atentamente a este grupo de mujeres, sin emitir mucho mi opinión que a veces era divergente, porque me parece fundamental prestar atención a lo que ellas piensan y sienten. De hecho, me manifestaron sentirse constantemente abandonadas y no tomadas en cuenta, por lo que, con mayor razón, hay que a veces callar y simplemente ser oreja.
Una vez más me quedé con la tripa llena, parece que será la tónica de esta residencia. Cuando nos despedimos, una de ellas me dijo “gracias por compartir”. Me quedé pasmada. ¿Cómo era posible que ella me diera las gracias si soy yo quién se las debe dar a ellas? Este grupo de mujeres me regaló su día, sus historias, y encima cocinaron sólo porque yo quería descubrir la mella!
Le devolví las gracias y le dije que soy yo quien está agradecida. Nos dimos un beso y nos regalamos una sonrisa.