Son las 18:03 y estamos ansiosos en la sede esperando a que lleguen las vecinas. Habíamos quedado de reunirnos a las 18:00 para hablar del Proyecto Kiosko y decidir cómo trabajaríamos en conjunto.
Miramos el reloj, 18:07 y nadie a la vista. El sol y el viento están pegando fuerte en el Cerro. Miro otra vez y ya son las 18:10.
“Pucha, creo que no va a venir nadie”, les digo a mis compañeros.
“Tranquila rusia, hay que tener confianza”, escucho.
Dicho y hecho, diviso a Maritza subiendo la cuesta. Me dice que está apurada porque tiene que ir al doctor, que corrió la voz en el barrio y que espera que llegue más gente. Pero las calles del Cerro están vacías, excepto por los obreros que están pavimentando las calles.
Vuelvo a desanimarme hasta que escucho un murmullo de voces. De pronto, entra a la sede un grupo de diez vecinas alegres, conversando y riendo. “¿Acá es lo del proyecto de arte?” me preguntan. La sonrisa no me la quita nadie después de esa reunión.