Poco a poco el trabajo ha ido tomando un vuelco desde los inicios en los que empecé a trabajar. Si al principio la gente no me habría las puertas de sus casas, hoy, dos meses después de mi llegada, al ir a la sede me encuentro con las mujeres bordadoras ahí y con sus hijos e hijas, que siempre son los primeros en llegar. Ya hace algunas semanas se ha sumado una nueva compañera; Angelica Bobadilla, quien me ayuda con el trabajo. Si antes me costaba entablar diálogos, entrar en sus vidas y que se interesaran en el proyecto, hoy puedo decir que conversamos de todo mientras creamos y que poco a poco las propuestas de los niños y niñas y de las mujeres artesanas ha ido cambiando incluso la obra final de esta residencia.
Al llegar a Pozo Almonte, venía con la clara idea de hacer un trabajo textil, que iba a ser inspirado en la relación de estas mujeres urbanas aymaras, con su vínculo con la tierra, el trabajo agrícola, su raíz. Este trabajo sería acompañado de una huerta comunitaria, donde todos y todas metiéramos las manos en la tierra, trabajáramos en conjunto y construyéramos un espacio común. Sin embargo este espacio agrícola ya existe y la chacra existe aunque sean pequeños espacios privados y no se dé el trabajo comunitario. Este espacio de chacras, como mencioné anteriormente en una bitácora se ve marcado por una fuerte contaminación. Pozo Almonte es un sector contaminado. Las Quintas es un sector contaminado. La zona de las chacras es un sector contaminado y no es cualquier contaminación, probablemente lo que contamina estas tierras sean metales pesados. Frente a este escenario, le planteé a la comunidad mis dudas sobre la idea de crear una huerta, porque nos arriesgamos a que ese alimento que se podría sacar de esa tierra trabajada en conjunto con los vecinos y vecinas, sea un alimento contaminado. Sin embargo la reflexión de la obra sigue siendo vinculada al territorio y al vínculo que estas mujeres, niñas y niños tienen con la tierra.
Poco a poco hemos ido conversando y a veces surgen nuevas ideas. ¿Qué vamos a hacer con la obra que estamos bordando? ¿Quedará dentro de la sede? ¿Y si la ponemos en un lugar donde todos los vecinos la puedan contemplar? ¿Y si planeamos algo que no solo sea la obra si no que muestre en esencia todo lo que significaron estos 3 meses de trabajo colaborativo? Frente a todas estas interrogativas surge en mí el deseo de no perder –además de la construcción colectiva de la obra- el objetivo de dejar otra cosa; un espacio, un lugar para compartir en comunidad.
Los funcionarios de la Municipalidad de Pozo Almonte se han puesto la camiseta por el proyecto. No solo los de la oficina de turismo o los del Departamento de Cultura, que son los que han estado ahí desde el comienzo acompañándome y haciendo posible este proyecto. Por medio de otros funcionarios que me han ido apoyando, supe que había algunos materiales en la misma municipalidad que se podían reciclar y que si los trabajadores se entusiasmaban con el proyecto y me ayudaban podríamos crear algo un poco más grande que lo que tenía planeado.
Conversando por aquí y por allá, recogiendo este dato y este otro, hablando con los encargados de obra y las autoridades correspondientes una nueva propuesta surgió: Que la obra quedara expuesta de manera permanente fuera de la Sede de Las Quintas, enmarcada para protegerla y cubierta del sol en una especie de plazoleta, que fuera un lugar agradable para pasar el rato, detenerse, observar.
Varios de los materiales estaban, los otros podríamos comprarlos y teníamos la disposición de los trabajadores. Además había llegado una nueva integrante a mi equipo, Alejandra Espinoza, antropóloga que estaba trabajando conmigo desde los inicios de esta residencia, y que venía a cumplir ahora con el trabajo en terreno. Entonces, a pesar de que fuera el último mes, no era tan descabellado lanzarse a esta nueva idea. Conversamos la idea con las vecinas y estas se entusiasmaron. Entonces además de la obra textil habría que incluir en ese espacio el trabajo realizado con las niñas y niños. De pronto faltaban solo 3 semanas para cerrar la residencia y nos encontramos trabajando ya no solo dos días a la semana, sino casi todos los días, en una plaza donde estaría esta pérgola con la obra y además habrían plantas, caminos de piedra y sectores de piedras pintadas con iconografía aymara, para embellecer la sede vecinal.
El trabajo fue intenso, pero todos y todas estaban entusiasmados y de pronto, lo que habíamos hecho dentro de cuatro paredes durante dos meses, salía a tomarse el sector de Las Quintas. No fue con un huerto, pero igual nos tomamos un espacio público y fue la comunidad la que despertó la iniciativa. Fue el entusiasmo de los niños y las niñas lo que nos llevó a construir esta verdadera plaza en la sede de las quintas. Una plaza en el costado de la cancha donde todos los vecinos y vecinas pueden sentarse a contemplar un trabajo vinculado a su identidad aymara construido de manera horizontal y desde la cooperación, donde lo fundamental fue mirarnos a los ojos y aprender que trabajando en equipo y sin recibir nada material a cambio, podemos hacer entrega de algo muy hermoso a nuestra comunidad.