A menudo al trabajar con comunidad, pensamos a priori en una metodología que pueda guiarnos. Pauteada, con objetivos, tareas y cronogramas, pretende ser una guía esquemática de las acciones a realizar. En los proyectos creativos pensados para elaborar en conjunto con los habitantes de un lugar, solemos crear un proyecto inmóvil, convirtiéndose los participantes en meros ejecutores de la idea concebida con anterioridad, incluso antes de conocerlos.
Innegable es la importancia de establecer parámetros de acción que permitan movernos con claridad, pero también lo es la necesidad de conocer a la comunidad con total disposición a explorar el entorno, escuchar sus solicitudes, reemplazar la idea previa, y convertir la ejecución en un proceso de co-creación.
Para el laboratorio sonoro, llegamos con la idea principal de hablar del contexto urbano del Cerro La Cruz desde la mirada de sus habitantes. Fue un punto de partida que de seguro nos sirvió, siendo parte aún de los ejercicios que realizamos. Pero el interés urbano tuvo más que ver con la experiencia emocional del lugar ligado a recuerdos de infancia, de un espacio habitado por generaciones.
Así, nuestras pautas fueron mutando y empezamos a usar como metodología para recolectar las voces del Cerro La Cruz, acciones cotidianas como ir a almorzar o tomar once con los vecinos. Así nos podíamos distender y hablar libremente sobre este territorio, cómo era antes y cómo les gustaría que fuera.
Las conversaciones tendían de manera natural a hablar sobre ¿qué extrañas de antes? Algunos reflexionaban sobre cómo eran las cosas antes del incendio y otros hablaban de un antes más antiguo, cuando el cerro era de tierra y cuentan que “éramos más pobres pero más felices”.
En proyectos como este, es relevante revisar constantemente las planificaciones, metodologías y propuestas de creación. Como colectivo artístico estamos constantemente desafiados a cambiar, adaptarnos y especialmente a escuchar.