BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: Proyecto Ayni Camarones - Esquiña e Illapata, Arica y Parinacota - 2018 Residente: Patricia Albornoz Ramírez (Patiperra Audiovisual)
Publicado: 8 de noviembre de 2018
No todos los caminos conducen a Laguna Roja (parte 1)

Desde que llegamos a la localidad se venía hablando de una caminata que se realizaría a “Laguna Roja”, un hermoso y místico lugar que queda en el límite entre la región de Arica y Tarapacá, el único acceso que existe en vehículo es por Camiña, sin embargo hay una opción más directa, que es por los caminos troperos utilizados antiguamente por las personas de la comuna de Camarones, para el intercambio de especies con los habitantes de los pueblos altiplánicos.  La gente que habita las localidades del Valle de Esquiña recorrió antiguamente estos caminos, saben de lo dificultoso y agotador que puede resultar, además de ser caminos en desuso en la actualidad, lo que provoca que las huellas troperas se vayan borrando.

Don Dagoberto Mamani, de 59 años, vive en Esquiña, se dedica a la crianza de ganado junto a su esposa Victoria, y recorrió estos caminos 20 años atrás, sabe de supervivencia en condiciones adversas, las bajas temperaturas y  los lugares aptos para pernoctar, también sabe cómo guiarnos hasta el tranque Caritaya y posteriormente a la Laguna Roja.  Él junto a Karla de Servicio País organizaron esta aventura a la que no dudamos en sumarnos, pues nos adentraría aún más en la importancia de estos ancestrales caminos, y las dificultades que sorteaban las personas al recorrerlos.

Para el día jueves 8 de noviembre estaba confirmado el inicio de la caminata, pues se pensó en la gente que quería sumarse de Arica, los que podrían subir el día Miércoles en la micro subsidiada, además deberíamos contar con alimento que nos diera energía, que no pesen demasiado y agua para soportar el recorrido.  Así fue como el día 8 a las 6:00 am nos reunimos con don Dagoberto para comenzar el ascenso desde el sector de Cundumaya, el que duró 4 horas aproximadamente, desde la cima comenzaríamos la caminata hasta el tranque Caritaya, donde pasaríamos la noche.

El sol, la altura, el peso, la sed y la fatiga fueron nuestros compañeros en el camino, sin embargo sabíamos que “Don Dago” era conocedor de esas rutas, y confiábamos plenamente en su orientación.  Después de caminar durante todo el día, a eso de las 8:00 pm. recién pudimos divisar el tranque Caritaya, sabíamos que debíamos continuar hasta que la luz día nos acompañara.

En cada descanso, “Don Dago” tenía una historia que contarnos respecto al lugar, pudimos divisar muchos burros salvajes en todo nuestro trayecto, los que son parte del hábitat en los lugares donde no hay presencia humana, a medida que avanzábamos más nos desconectábamos con lo que acostumbramos a diario, señal telefónica, el pueblo,  la gente, y nos conectábamos con el silencio, el viento, la flora y fauna del desierto.

Para cuando cayó la noche, era imposible ver donde estaba el tranque, así que a eso de las 10:00 pm. buscamos un lugar donde tirar los sacos de dormir, el cansancio no nos daba ni para encender una fogata, así que decidimos dormir bajo un maravilloso cielo estrellado, donde el silencio hacía eco y nuestra única compañía era la fauna silvestre del lugar.

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