En el año 2012, fue reconocida por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, como Sello de Excelencia La señora Dominga Mamani. Ella fue reconocida por ser artesana, principalmente por la elaboración de cinturones con iconografía originaria aymara. A pesar de que esta mujer no vive en el sector de Las Quintas, me interesó mucho su trabajo y su historia y decidí contactarla.
Debo decir que me costó mucho poder llegar a ella, desde los primeros días de residencia fueron alrededor de tres semanas de espera o insistencia para poder ser recibida. Y tuve un puente de contacto que me hizo posible verla por casualidad, cuando en el taller de telar quechua conocí a su hija Escarllet. Ella se acercó a mí de manera muy dulce ese día, al verme súper complicada trabajando con mi telar.
A Escarllet le expliqué en qué consistía mi trabajo y porqué tenía interés en conocer a su madre. Ella me explicó que el recelo de su madre tiene que ver con que llegan muchas diseñadoras o personas beneficiadas por algunos proyectos a buscarla. La buscan, le hablan, le preguntan y sacan mucha información de cómo ella hace sus trabajos, pero luego se van y a ella no le dejan nada. No me queda claro si esa reflexión tiene que ver con un intercambio netamente económico, donde se espera recibir algún beneficio a cambio, o un intercambio de otro tipo, donde se espera que las curiosas visitantes dejen a cambio algún tipo de bien, ya sea copias de vídeos, libros o fotos.
Conversamos mucho y me invitaron al siguiente sábado a su casa, a teñir lana. Yo conozco ese oficio, gracias a que en el año 2011 realicé una obra sobre el telar mapuche y fui aprendiendo distintas técnicas de teñido. Estas técnicas las sigo poniendo en práctica hasta el día de hoy, ya que suelo teñir en el campo, con distintos materiales orgánicos, para hacer mis mismos insumos que utilizo al crear mis arpilleras.
Entonces no llegaba en cero. Tampoco quise llegar con las manos vacías y como hacía mucho calor, compré una casata de helado para compartir con esta familia que me recibiría.
En el patio de la casa figuraban tres mujeres, Dominga Mamani, la abuela artesana que yo quería conocer, Escarllet su hija que me había realizado la invitación, y Cata otra hija de la señora Dominga que tiene 33 años y es de nacionalidad boliviana. La Cata estaba en telar, tejiendo un poncho de alpaca café, mientras Escarllet teñía alrededor del fuego, rodeada por varios baldes de agua. Al mismo tiempo, la señora Dominga terminaba algunos trabajos tejiendo las trenzas de las orillas de los chalets. Era una imagen muy hermosa y apenas llegué me incluyeron en las labores textiles.
Mi misión fue apoyar a Escarllet, debía ir lavando las prendes antes de teñir y después de teñir, pasando la prenda por tres tarros de agua y al final agregar soft. Luego de cumplir esa misión y de ir tomando más confianza con el grupo de artesanas, se me pasó a otro rol, llevar el fuego del teñido.
Para decir verdad en este momento estaba muy feliz. Me sentí en casa con el olor a humo, extrañé mi sur y por primera vez luego de un mes de residencia me di cuenta lo lejos que estoy de casa. Hablamos del sur, mostré fotos de mi lugar de origen, conversamos de mi experiencia en el teñido y les hablé de las hierbas con las que tiño, ya que ellas en esta ocasión estaban tiñendo con anilinas, según unos patrones entregados por artesanías Chile, sin embargo en un rincón del galpón se dejaba entre ver un montón de hierbas con las cuales teñirían en un futuro cercano. Siguiendo con una amena conversación llegamos a hablar también del tema de cocinar en fuego y yo mencioné la rica tortilla de rescoldo que se cuece con las cenizas, esto motivó a la Cata, que se paró y llegó con una olla con una masa ya echa de pan boliviano, que fuimos poniendo en la parrilla, mientras ella me aseguraba que esta receta boliviana era distinta, porque la mezcla tenía un poco de azúcar y luego se ponía en la parrilla y ya.
Fui invitada tomar once y pude conocer a todo el grupo familiar incluidos nietos, padres y abuelo de la familia, este último, el esposo de la señora Dominga, al final de la jornada se ofreció para irme a dejar a casa. Dejé mi número de teléfono en su poder, con el fin de que me llamaran si necesitaban alguna ayuda, ya fuera para teñir o para cualquier otra cosa.