El telar o witral mapuche, es una estructura sencilla que permite realizar maravillosos tejidos con dibujos y colores. Consiste en un marco de madera, antiguamente hecho de palos sin más, que eran amarrados en los cuatro ángulos con junco o manila, es decir, con fibras, las mismas con las que tejemos los canastos. Hoy, llevan pernos o tornillos y los palos están más pulidos, sin embargo, funcionan igual. En esta estructura, los palos largos son los encargados de soportar el peso del telar y los atravesados, de recibir la urdimbre.
Así, la urdimbre es el conjunto de hilos tensionados en el telar sobre el que se inserta la trama: la trama de la vida, la trama de la lana, aquella que conecta todo lo que va pasando.
Tejer requiere por tanto un tiempo, solicita un tiempo, un espacio para ese paso.
Tiempo que aprendí observando tejer a mi abuela, quien tejía a palillo y hacía ganchillo. Tiempo en el que pude disfrutar de sus historias y recuerdos de vida, en el que tuve el privilegio de escuchar, entre hilos y lanas desperdigados por la casa, y en el que hoy, a través del witral, tengo el placer de escuchar las historias de las vecinas chayahuinas. Tiempo lento y suspendido frente al vértigo en el que hoy al menos yo vivo…
Tejer para allá, tejer para acá. Esta residencia me la he pasado tejiendo.
Ya sea con madera o con lana de oveja, la cosa es tejer, urdir, tramar, inmiscuirme en el tejido social. Recopilar historias y memorias. Recoger saberes ancestrales, aprender el arte de cruzar lanas o varas.
Tejer para relacionarnos, para conectarnos.
Tejer simplemente para compartir el tiempo.