El traje de la mujer aymara es el aksu, un paño de color café o negro, tejido a telar con el que envuelven su cuerpo femenino. Va prendido a los hombros con topus o alfileres de plata y ceñido con una faja o wak’a. Una manta llamada llijlla, cubre los hombros y la espalda. Ésta es usada para transportar a los niños y sus enseres y, también, como mantel de ceremonias. Adornos, aros de plata y collares de cuentas, complementan el traje.
EL aksu es tejido sobre un telar de cuatro estacas, telar muy representativo del pueblo aymara. La lana con la que se teje es de camélidos del altiplano, ya sea llama, alpaca o vicuña.
Dos de las artesanas textiles con las que estoy trabajado andaban hoy con sus aksus. María Challapa y Antonia Castro andaban hoy con toda su vestimenta aymara; su aksu, su fajita en la cintura con iconografía aymara y muchas cintas de colores colgando, sus collares de perlas blancas. Sobre sus cabezas un sombrero de paja con cinta. Todo hecho a mano con materiales muy nobles.
No es que siempre utilicen esta vestimenta, pero si lo hacen en ocasiones especiales y todas, o la mayoría de ellas, tiene su propio aksu que utiliza para las fiestas religiosas o familiares, para las épocas de cosecha y los carnavales. La mayoría de estos aksus han sido tejidos por alguien de su familia e incluso por ellas mismas. Entre risas, otra de las mujeres artesanas me cuenta que ella tejió su aksu en solo dos meses, porque se venía el carnaval y ella se había prometido usar un aksu tejido con sus propias manos y que se pasó noches enteras tejiendo para lograr terminarlo a tiempo.
Ver a las mujeres con estas vestimentas me encantó. La pieza textil es de mucha belleza, además que se nota que todo es hecho a mano. Para mí que soy actriz, era inevitable imaginarme con ese aksu puesto. Deseaba mucho usarlo, porque lo que veo es que es una vestimenta única y especial que carga con el peso de una larga historia, Sin embargo, no sabía cómo decirles que quería ponérmelo, pensando que podía pasarlas a llevar, ya que este es el vestuario típico de su cultura, por lo que reconozco en él un gran misticismo y lo considero un vestuario sagrado.
No sé bien cuál habrá sido mi cara, pero sí sé que estaba muy entusiasmada mirándolas y comentándoles todo lo que pensaba, así fue como de un momento a otro ellas mismas se ofrecieron para prestarme su ropa. Entre ellas dos y sus hijas me vistieron con todos estos elementos que antes mencionaba. Fue un momento único y especial, además de sentirme bendecida por que ellas confiaran en mí y me hicieran esa muestra de cariño, al vestirme con el aksu me sentí realmente hermosa.