Una vecina de los Cristales que se esta transformando en público frecuente de las actividades que estamos generando, se acercó a hablarme, porque tiene una hija que está en una escuela especial en Longaví, y me cuenta que en esa escuela tienen un grupo de teatro y que su hija participa en el. Ellos tiene una obra de teatro pero no han podido presentarse.
Entonces, ella me plantea la posibilidad de que ellos se puedan presentar en una de nuestras actividades en los cristales, yo inmediatamente pienso que sería posible y lo digo que buscaremos agendar lo más pronto.
Pero con el paso de los días esta idea me da vueltas en mi cabeza y recuerdo la primera vez que trabajamos con el curso integrado del colegio Gabriel Benavente, donde estamos desarrollando nuestra residencia.
Recuerdo ese día cuando entramos a la sala y no sabíamos como íbamos a realizar nuestro círculo del encuentro con ellos, temerosos de si podrían hacer lo que les íbamos a pedir. Pero una vez instalado ahí adentro, los temores fueron pasando y nos encontramos con un curso hermoso, que solo nos proporcionaba sonrisas y unas miradas profundas, amorosas y amables.
En ese lugar se podía sentir el cariño y afecto, aveces no entendíamos muy bien lo que nos decían o se nos dificultaba el poder escucharlos con claridad, pero todo eso fue solo un detalle ante sus miradas de concentración y sus sonrisas que llenaban nuestro corazón de alegrías… en mi cabeza agradecía la oportunidad que me estaba proporcionando mi oficio, el ser actor, conocer estas realidades que nos hacen más humanos y nos invitan a construir una sociedad abierta e inclusiva, en la cual todos cuentan y aportan con su granito de arena.
Si logramos juntar estos dos cursos, uno en el escenario con su obra y el otro como espectador, creo que estaremos logrando que los espacios se tomen de manera eficaz y significativa, ampliando la afectividad y amor que generan estos pequeños y grandes trasformadores de personas.