Estos casi dos meses han sido duros. Puerto Williams es un lugar especial que seguro me dejará marcada. El frío para una persona no acostumbrada al aire austral es realmente intenso, más si pasas gran parte del día en terreno. El agua nieve en estas fechas primaverales para el resto del país, acá no amaina, aunque a veces toque sol, este dura poco y calienta menos. El clima y las dificultades cotidianas con las que debo lidiar en este lugar tan remoto y complejo creo que me está deprimiendo. Es como si el aire me pesara, como si me empujara hacia abajo, provocando una sensación constante de cuerpo cansado. Además no puedo dormir bien. En Williams no descanso. El viento, noche a noche con su fuerza me despierta y ya a estas alturas, mi cuerpo se ha ido acostumbrando a despertar casi cada día a las 5 de la mañana, me acueste a la hora que me acueste. La luz para estas fechas empieza poco a poco a alumbrar de madrugada y a colarse por la persiana de mi ventana, pues aquí hacia el verano los días son cada vez más largos y, esa pesadez que mencionaba, me hace estar constantemente en modo sonámbula. Matías, mi compañero de trabajo que lleva ya unas tres semanas acá, me comenta que le ocurre todo lo contrario, pues ese mismo aire pesado, que igualmente siente que le empuja, hace que todo el día lo mantenga dormido y que duerma por tanto mucho más de lo que está acostumbrado. Además nos da hambre a cada rato, hambre de chocolates, de galletas y cosas cálidas, de guarrerías de todo lo que pueda dar calor al cuerpo. Las condiciones la verdad que son complejas. Uno sueña con lugares para trabajar y apuesta por ellos imaginando todas las posibles adversidades, es decir, siendo consciente de las dificultades pero la verdad es que la realidad siempre te gana y golpea la cara.
Sumado a ello, tenemos una sensación de aislamiento y encierro que también influye mucho en nuestros ánimos. Bueno, no es sensación, es realidad, pues estamos a más de 3.000 kilómetros de la capital que es donde está nuestra gente, y por el otro lado, a sólo unos 900 o menos kilómetros de la Antártica, por eso el frío polar. La ciudad más cercana a la que podemos acceder es Punta Arenas, y está a más de 500 km, a un vuelo o ferry como ya he contado, que es para nosotros bastante caro. En el caso del vuelo, éste viaja sólo una vez al día, impidiéndonos entrar y salir en el mismo (por tanto, obligándote a hacer siempre noche allí) aunque sea un viaje de solo una hora y del cual, además, no siempre hay pasajes, pues los cupos son pocos por lo que hay que programarlo todo. El ferry, viaja solo una vez a la semana navegando 32 horas y siendo más caro que el vuelo, por lo que tampoco es una opción para ir y venir, aunque si para disfrutar, navegar entre fiordos y ventisqueros y por supuesto, filmar… Esas son nuestras condiciones geográficas de aislamiento, al menos por el lado chileno, pues Argentina está en lancha o barco en frente nuestro, casi al lado diríamos, separados sólo por el Canal Beagle pero no hay convenios entre ambos países para ir y venir libremente. Un problema por cierto, que varios habitantes de Williams me ha comentado, pues sería desde luego que mucho más fácil para tod@s quienes por acá estamos, tener libertad de paso entre países hermanos, de manera de ayudarnos a solventar necesidades básicas, pero no es así… De todos modos si lo fuese, igual tardaríamos mínimo 2 horas y poco más en llegar a Ushuaia, a pesar de que a penas entras al campo aquí en la isla, el móvil te señala que has “cruzado” a Argentina y el rooming se te activa pues Chile no cuenta con señal en todo Navarino. Y, aunque desde cierto punto puedes observar casi encima de ti a la ciudad de Ushuaia, uno no tiene la posibilidad de llegar y cruzar (además, es aún más caro!), salvo cuando eres deportista de natación (de elite) y consigues el permiso de hacer la travesía de cruzar el canal a nado. Así que bueno, este aislamiento extremo influye en uno muchísimo, como se podrá entender, y más cuando en Williams no encuentras de todo como en una ciudad lo que te obliga a “añorar” aquello que acá no está. Por eso esta semana, con ayuda del Consejo, me he pegado una escapada, para poder comprar en Punta Arenas los materiales que faltan para este último mes de residencia, así como algunos víveres que con Matías extrañamos poder comer porque acá son escasos y/o exageradamente caros. Un viaje corto y ajetreado que lamentablemente no me permitió disfrutar de la ciudad como imaginaba, pero sí comprar todo aquello que consideré necesario traer lo cual además alcancé a embarcarlo, pues cuando traes material pesado y de trabajo, la única manera de que lleguen a Puerto Williams es mediante el ferry que navega por estas aguas australes saliendo de Punta Arenas el jueves y llegando a Williams a repartir las cosas el sábado.