Seguimos entrevistando a los viejos del pueblo, visitándolos en sus casas y compartiendo un mate, o un pan, a veces recién salido del horno. Intentamos que la conversación fluya primero y luego, poco a poco, sacamos las cámaras. A veces lo mejor de la conversación no es registrado, pero está bien que sea así. Aunque a la mayoría ya los hemos conocido, en los encuentros semanales de la tercera edad, o simplemente conversando en una esquina del pueblo, no podemos llegar a sus casas e inmediatamente sacar los equipos. Todo tiene su tiempo y a veces estamos un buen rato sin siquiera pensar en grabar.
La mañana de ayer estuvimos donde Don Emilio, antiguo bombero, en su casa amarilla del centro de Hualpin. A diferencia de las mujeres, a los hombres pareciera costarles más volver a los recuerdos de su infancia. Al menos, así nos ha tocado hasta ahora. En general, los hombres prefieren hablar de lo que hicieron de adultos, de sus aportes a la comunidad, de lo importante que fueron, aunque sea desde la humildad. Necesitan hablar de su legado. Por tercera o cuarta vez, Don Emilio volvió a hablar sobre la importancia de la junta de vecinos en la construcción del puente y el camino. Ellos habían gestionado esa obra y pareciera que el camino y el puente fueran su gran orgullo. Describía las reuniones y los nombres de intendentes, alcaldes y compañeros con lujo de detalle. Lo gentilísimo que era éste caballero a diferencia de este otro, lo diferente que era antes de ahora. Se detenía sobre pequeños momentos, que parecieran revelar un gran secreto, pero que a nuestros oídos eran solo otro detalle más. Para él, en cambio, eran momentos fundamentales.
Luego, en la tarde, fuimos a visitar a la señora Virginia, que vive a orillas del río. Ahí escuchamos otra historia. Ella llegó a Hualpin mucho antes que el tren. Su familia es de ahí, de siempre. Son mapuches y su comunidad era la única que habitaba esa zona en los tiempos de su infancia. No paramos de escuchar maravillados las mil y una historias que nos contó durante la tarde. De cómo el camino de al frente de su casa era el único que existía por esa época. De cómo familias enteras descansaban en su terreno, para luego seguir el viaje en carreta hasta Temuco. Noches de tormenta que pasaba dentro de la ruca, mientras sus padres le contaban historias a la luz del fuego. Nos hablaba de una infancia feliz, de nadar largas horas en el río, de caminar horas hasta la playa, de la llegada del tren, etc. Fue como viajar a una época lejana, aunque pensando en el tiempo, 60 años no es demasiado para cómo las cosas han cambiado tanto…
Hoy tuvimos nuestra tarde de cine en Hualpin, como todos los viernes. Vimos cortometrajes animados con los niños de la biblioteca. Ya hay niños que son espectadores habituales y que esperan los viernes para venir a ver cine y a hablar sobre las películas. Poco a poco, se crea la audiencia.