Hoy llegamos a la escuela rural de Los Ángeles en la isla Quehui. Entramos a la sala en donde están los/as niños/as que participarán en el laboratorio. Lo primero que hacemos es pedirles que movamos las mesas, ya que están dispuestas en el formato tradicional: mirando hacia la pizarra. Las ponen unas frente a otras, y nos sorprende ver cómo los niños quedan de un lado y las niñas del otro. La forma binaria de género en que comprenden la distribución del espacio nos impacta. Les sugerimos que tienen la libertad de cambiar esta forma de sentarse, pero al parecer este formato les acomoda. Les entregamos materiales para que realicen sus propias capuchas y las puedan hacer de la manera que ellos/as quieran. Una forma de crear colectividad es intencionar un elemento en común que les identifique: en este caso será tener capuchas. Una de las niñas que participa, Daysi, es la única que trae una propuesta avanzada desde su casa y solo llega a agregar más detalles a su trabajo.
Tenemos muchas ganas de trabajar con ellos/as y les motivamos de diferentes formas. Los/as participantes son más bien tímidos/as, pero de igual manera realizan la actividad. Sentimos que no están acostumbrados/as a trabajar creativamente, como si estuvieran esperando instrucciones de parte de nosotros/as. Aquí en la escuela a los/as profesores les llaman “maestros/as”, y cuando nos comienzan a llamar así, les pedimos que nos llamen por nuestros nombres. Les cuesta mucho entrar en este formato, nos damos cuenta porque luego nos dicen “tío/a”, “don artista”, etc. Concluimos que el grado de respeto a la autoridad o el reconocimiento de la misma es muy grande y lo tienen muy incorporado. Les cuesta mucho soltarse, pero sin embargo de a poco se ve en la forma en que realizan las capuchas y se las van probando, su entusiasmo.