Los yaganes fueron los habitantes más australes del mundo hace más de 6.000 años atrás, quienes navegaban en sus canoas de corteza por los canales fueguinos, alejándose lo menos posible de las costas. De esta manera recorrían la región, entre la costa sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego y las islas del archipiélago del Cabo de Hornos.
En sus campamentos en las costas, los yaganes fueron generando los llamados “conchales”: lugares en que acampaban y donde se alimentaban cuando no estaban navegando, a los cuales llegaban siguiendo la comida. La Isla de Navarino, lugar en que estamos, está llena de conchales. Sitios considerados arqueológicos, aunque no del todo protegidos como se supone debiesen estar, que podemos ver a simple vista tras andar por la isla, donde se contabilizan al menos unos 411, principalmente en el sector de Caleta Eugenia, en el sector de entre Puerto Williams y Caleta Santa Rosa, y en el sector de Puerto Navarino. Ellos son depresiones circulares que concentran unas especies de anillos formados por montículos de concha con alturas variables, establecidos en armonía con el entorno natural y por supuesto con el mar, entendiendo que los yaganes eran nómades que se dedicaban a la caza, especialmente marítima, de lobos de mar, peces, nutrias y mariscos. Según Maurice, un antropólogo que lleva más de treinta años viviendo en la isla, los yaganes establecían estos campamentos en puntos que les permitían entender el clima, el flujo del viento, así como el comportamiento de los animales ya que se dedicaban cien por ciento a la caza de ellos.
Don Jorge fue el primero que me enseñó a reconocerlos llevándome a los que están en el sector de Caleta Eugenia, donde pude ver también huellas de las antiguas “trampas” de pesca yagán hechas con piedras en el mar. Unas hileras y montículos que dejaban al pez encerrado de manera de poderlo cazar. Si bien don Jorge no pertenece a este pueblo originario, es uno de los pocos habitantes que realmente nació en estas tierras australes, en su caso en la Isla Picton, por lo que conoce perfectamente cada rincón y capa de historia de este archipiélago y de la Isla Navarino. Tras el recorrido realizado junto a él en el que también me enseñó sobre aves y árboles locales, que ahora conozco y sé también, en algunos casos, reconocer, he ido poco a poco “descubriendo” los cientos de conchales que observan el mar en esta isla, de distintos tamaños, los cuales me provoca imaginar las historias de antaño.