Esta semana hemos ensayado con los niños de la escuela Kom Pu Lof, desde ayer hasta hoy, encontrando todos los tiempos posibles para mejorar la pequeña obra de teatro que hemos creado en conjunto. Como ya contaba la semana pasada, debimos ceder nuestro espacio de “laboratorio audiovisual” para ayudarlos en su presentación de teatro, donde se presentarían ante la escuela de una comunidad de Tirúa hoy Miércoles.
En la obra, o pequeño sketch, se contaba el primer día de clases de una niña mapuche en una supuesta escuela multi-cultural, que en realidad no era tal. La historia de Chile se contaba desde un punto de vista occidental y sesgado, mientras que otros niños de origen mapuche renegaban de su cultura. Rayén, la protagonista, se debatía entre lo que aprendía en la nueva escuela y lo que había aprendido de sus ancestros y en su ambiente familiar. Si bien, en un comienzo, lamentamos tener que perder continuidad en el laboratorio corporal – audiovisual, el cuál no ha podido desarrollarse de acuerdo a lo planeado, esta instancia de ensayos y de creación compartida, nos ha ayudado a coger confianza con los niños y a conocer un poco más su imaginario. Por otra parte, hemos intentado incorporar algunos elementos que nos interesa trabajar e incluirlos en la obra.
Hoy en la mañana llegamos temprano al encuentro, donde ya habían muchos buses que traían a los invitados. La escuela estaba hermosa y todos ayudaban en la preparación del desayuno en la ruca. En el centro del patio había un árbol y unos jarrones donde se serviría el mudai. Había también unos estudiantes de historia y geografía de Santiago, del pedagógico. Nosotros, los huincas, nos paramos en el extremo de una medialuna, precedidos por los profesores y los niños de la escuela, esperando para saludar a los invitados. Luego, fueron pasando uno por uno, saludándonos de la mano. “… Mari mari peñi… mari mari lamien”. Los saludos duraron más de veinte minutos. Había que darse la mano y mirarse. Tomarse el tiempo.
En el desayuno se sirvieron sopaipillas, catutos, carne, etc. Mate también, por supuesto. Se vivía un ambiente muy especial de encuentro, algo que nosotros, como huincas, nunca vivimos en un “encuentro interescolar”. Hay una identidad muy clara, milenaria, de la cuál nosotros carecemos. Las vestimentas, la platería, los rituales, el lenguaje, todo para nosotros es nuevo e interesante. Admiramos la belleza e intentamos aportar desde lo nuestro, intentamos aprender y desde ahí crear. Desde un ojo externo, pero que intenta sobretodo comprender, o aunque sea atisbar, a una cultura que nos admira y nos cuestiona. Una cultura con la que nosotros, por un lado, nos identificamos y que, por otro, inevitablemente se nos hace ajena.
Luego hubo un largo Llelipun, que es una rogativa y agradecimiento, donde terminamos caminando alrededor del árbol y tomando mudai. Por la tarde se presentó la obra de teatro y los niños quedaron felices. Improvisaron más de lo que imaginamos y la gente disfrutó y se río. Siguieron más espectáculos, traídos por la otra escuela, y eso duró toda la tarde. Luego se almorzó, más carne, papas y ensaladas… y para finalizar hubo un encuentro de palín, o chueca. Nunca habíamos visto ese juego y lo disfrutamos a la sombra de un árbol. Así estuvimos hasta que casi se ponía el sol.