Preguntando por las mujeres de la isla que siguen activas en prácticas tradicionales de la cultura huilliche, emprendo un largo camino y sin saber exactamente dónde buscar, a la casa de Graciela Lepicheo. Me hace pasar a su casa y la encuentro limpiando lana de oveja e hilando. Me cuenta cómo es su vida diaria, que además de criar a los hijos/as, de hacer aseo y cocinar en casa debe preocuparse de alimentar a los chanchos, las vacas, las gallinas y de las siembras de las papas y ajos. Algunos días de la semana va a mariscar y cuando tiene tiempo, teje. Pero tejer contempla todo el proceso que trae el tratamiento de la lana de oveja: primero quitarle sus durezas, luego hilarla, lavarla, recoger plantas para teñirla, dejarla secar, hacer el estambre, armar su telar y recién ponerse a tejer. Un proceso larguísimo, pero que da como resultado un tejido hermoso, gigante. Me muestra una frazada que acababa de terminar y debía ir a dejar a su nueva dueña. Su telar estaba desarmado, así que no pudo mostrármelo, pero me cuenta que es un telar que se pone en el piso, y ella teje de rodillas. Su madre, quien llega más tarde, también es tejedora, y me invitan para la próxima semana y que vaya a aprender, armarán el telar y nos mostrarán cómo realizan el proceso. Me pregunto cómo estas mujeres tienen la capacidad y la fuerza de ¡hacerlo todo! Además de ser dueñas de casa y madres son agricultoras, mariscadoras, tejedoras, artesanas y micro comerciantes. Quedo expectante a todo lo que me espera por aprender de ellas, y agradecidas mutuamente compartimos café, budín y galletas.