Luego de haber participado de una reunión de la Junta de Vecinos donde aprobaron en pleno la idea de levantar un espacio “Ruca” que fuera administrado por la Mesa Cultural, nos convidaron a participar de una nueva asamblea de carácter urgente. En esta reunión se trataría el tema de una deuda heredada desde hace ya muchos años y se hacía urgente saldar para poder proyectar el trabajo de la Junta de Vecinos en el tiempo. Si no pagaban este monto no podrían postular a proyectos públicos, así es que el asunto era grave.
De inmediato se propuso la idea de realizar un bingo solidario para juntar el dinero que se necesitaba. Luego de variadas explicaciones y discusiones siempre bienvenidas, se comenzó a diseñar la actividad. La comunidad aportaba dinero para armar los premios y tiempo para hacerse cargo de la cocina, el bar y de la música. No era de extrañar la propuesta que sonó de pronto, cuando se pidieron voluntarios para cantar el bingo: “¡que los del teatro canten el bingo!”, imposible negarse ante la propuesta a pesar del pudor que generaba.
Llegamos a la hora el día del evento, revisamos la ruleta con los números, estaba bastante ocupada, se notaba que había sido utilizada en un montón de otras oportunidades. Probamos el micrófono que utilizaríamos, solo faltaba que llegara más gente para dar inicio.
Bastaron solo unos minutos para darnos cuenta que íbamos un poco acelerados cantando los números del primer premio, que era un premio sorpresa. Se nos dieron un par de consejos y el cuerpo se soltó, aparecieron las sonrisas de los participantes, lo que activó la imaginación para cantar los números y ahí sencillamente aparecieron los “par de patos 22” – “solito el uno” “la edad de Cristo 33” etc.
Los ganadores, todos a cartón lleno, quedaron felices gastando sus premios en dinero en la misma actividad. Se corrieron las sillas, las mesas, comenzaron a sonar las rancheras y las cumbias, corrían los vasos de navegado y cervezas, salían calientitas las empanadas, y se armó la fiesta.
Calentamos el cuerpo con un navegado y unas empanadas que nos regaló la Irma y le sacamos brillo al piso bailando rancheras con la Katha y Rosa. A pesar de haber bailado un montón de veces antes en el campo, esta vez me toco con la Rosa, una vecina que me puso a bailar como carambola… es que la experiencia es la experiencia, pero le pusimos empeño porque “cualquier caleta es puerto pa los despiertos”.
Vino el sueño, nos retiramos en buenas condiciones, la fiesta siguió hasta las tantas de la mañana y se logró juntar una buena suma que era al fin y al cabo el objetivo del bingo.