Esta mañana llegaron Bali y Soledad. Después de semanas de haberlo anunciado, hoy llegaba finalmente el drone. Algunos niños sólo pensaban en manejarlo y, pese a que yo les insistía en que el único que lo manejaría iba a ser el operador, la esperanza de pilotear un pequeño helicóptero no se desvanecía por completo de su imaginación. Recordando mi infancia, yo también soñaba entonces con hacer volar objetos por el aire (y todavía lo hago), así es que comprendía muy bien sus deseos. Sin embargo, al hacer volar el drone, pasada la sorpresa y excitación inicial, los niños se concentraron en lo que habíamos ensayado. Pudimos así enfocarnos en el trabajo corporal y de composición en el espacio, ahora visto desde la perspectiva aérea.
La decisión de traer un drone para la grabación del video danza fue algo que nos preguntamos bastante. Desde un inicio, el trabajo en Llaguepulli había estado marcado por la dificultad con que nos encontramos al intentar realizar un trabajo audiovisual. Las aprensiones culturales respecto a la captura de imágenes, más nuestra propia cautela a la hora de no invadir el espacio de la comunidad, eran buenas razones para hacerse esta pregunta. Luego, al decidir contar con esta herramienta para nuestras grabaciones, pudimos ver el enorme potencial expresivo que tenía un drone aquí en el territorio. No sólo los niños observaron maravillados su comunidad desde el aire, sino que también Don Alejandro, nuestro vecino, quién había creído avistar un bicho extraño mientras iba a ver sus campos de papa.