Las chullpas en la tradición aymara más antigua son pilas funerarias construidas con rocas de distintos tamaños y pulimentación. Pensamos en las variantes de estas estructuras de piedra y en las interpretaciones contemporáneas que hace la antropología; de las que nos ha hablado nuestra amiga Francisca Urrutia, que trabaja investigando el significado que tienen para los aymara estas construcciones de piedra en la zona de Camiña.
Frente a nuestra casa-sede, en las faldas del primer cerro que se interna en el desierto, hay un montículo de piedra que más bien parece una trinchera. A él llega cada día, en la hora en que el sol está más encumbrado, una menuda y ágil mujer de rasgos claramente indígenas. Se sienta inmóvil, lo que dure la fuerza del sol, murmurando algunas palabras incomprensibles por la distancia. Vecinos hay quienes han tratado de hablar con ella sin resultados. La mujer se niega a contestar y se escabulle.
El día que Noelia llegó del sur, la mujer se acercó más a nuestra casa y comenzó a tocar un rústico instrumento de viento, una caña tal vez, una flauta ritual…no sabemos. Desde abajo le contestamos tocando nuestra flauta japonesa y nuestro trompe.
Al día siguiente regresó con una niñita de unos siete u ocho años, que respondía efusiva a nuestras señas. No escuchábamos lo que le decía a la que podría ser su abuelita. Pero cuando la misteriosa mujer se percató de nuestra presencia, se escondió rápidamente entre las paredes de su casa de piedra. Fabiola, nuestra amiga del barrio, nos cuenta que la señora cambia su casita de cerro con cada cambio de estación, al parecer es una hija de la luna, orden antigua de los pueblos altiplánicos que cuidan el equilibrio, las energías de la tierra en ciertos puntos clave, elucubra…
Pasados los días subimos a conversar con ella. Nos contó que viene del interior de Colchane, de Mauque, la tierra de su esposo, y que es originarias de Arabilia. Nos preguntó si en “Sur” se sembraba papa, quinoa, si habían animales, ovejitas, llamitos y si se podía tomar libremente la fruta de los árboles como ella lo hacía en su comarca. Todas esas son las cosas que extraña esta anciana aymara que hace años bajó hasta Hospicio “obligada” por sus hijos, que no quisieron que pasara sola su vejez en el altiplano, la tierra de toda su vida.
Chusmita le llama a esta casita de piedra que construyó para vivir de la manera en que vivía en el altiplano, mirando sus animalitos, secando la quinwa; pero bien podría ser chullpita. No sabemos interpretar bien los sonidos de su medio español y soñamos con entender las cosas que nos dice en aymara: su rostro se ilumina cuando habla su lengua “tan finita” no dice, y por segundos regresa…vuela.