Con los dibujos que hicieron las y los integrantes del colectivo Misterio, logramos realizar una composición colectiva en forma de “L”, en la parte frontal y lateral de la bodega que da al camino de tierra, en la entrada del colegio rural de los Ángeles en la isla Quehui. Elegimos un buen lugar, con buena visibilidad y se reconoce en la imagen el énfasis en el trabajo de sus madres, vecinas, hermanas, tías, abuelas. Un reconocimiento público de los pichikeche (niños y niñas) a las domo (mujer) de su Mapu rodeada por el gran azul lafken.
El mural se puede simplificar en dos partes. Por un lado están las prácticas que se hacen en la tierra: la siembra y la recolección. Por otro, el interior de los hogares, el hilado, el tejido, el mate, la estufa. Todo esto atravesado por el bosque nativo, las nubes, la lluvia y el plumavit wuekufe que nos dejaron las salmoneras.
Las/os niñas/os son tímidos la mayor parte del tiempo, les cuesta romper con sus propios límites corporales y entregarse a cosas que no han experimentado, como es dibujar en grande o pintar al muro, elegir colores o mancharse. Eso nos choca, porque no quieren arriesgarse, están muy normados a estar limpios y separados entre pares y por género, cada uno en su lugar, la costumbre de recibir órdenes y ahorrarse la iniciativa. Pero aquí estamos y con nosotros la insistencia al “no importa equivocarse”. Perder el miedo a la frustración, se volvió un punto importante dentro del laboratorio, un aprendizaje que nos gustaría dejar.
El kultrun y la rima del hip hop mapuche acompañan sus caras indígenas. Junto con sus pieles morenas, avanzamos en el relleno de los dibujos construidos desde sus imaginarios de niños y niñas rurales de la Era hiper-técnica. Los dispositivos que antes eran citadinos ahora están por todas partes y aunque la señal llegue débil, igual les construye estereotipos de belleza que intentan blanquear su identidad y sus raíces. Desde la insistencia logramos que se reconozcan morenos y también sus dibujos comienzan a perder ese mal entendido “color piel”.
Los varones andan a manotazos, trabajan apatotados y es difícil romper con esa actitud, esquivan lo colores lilas y rosados, sus trazos son toscos y entrecortados, de poca paciencia. Solo niño rayo se concentra, le llamamos así porque a su capucha le pegó un detalle de goma en forma de rayo amarillo. Él pinta tranquilamente, pero luego de un rato igual pierde la concentración. Las niñas trabajan en grupitos de dos o tres y algunas trabajan solas y otras simplemente dejaron de hacerlo, porque no les interesa ensuciarse. Pero las que siguen, lo hacen con dedicación, se ve entusiasmo y ganas de hacer.
El tiempo se agota y entre todos se avanza rápido, nos dicen que tienen que irse, que la jornada escolar terminó, que ya son las 4, que pronto los pasará a buscar la camioneta que los llevará a su aislamiento dentro de la isla. Se acaba la jornada para ellos y ellas, pero para nosotras/os aún nos queda un buen rato en el colegio, siempre se van sin ayudar a limpiar ni ordenar los materiales, es algo en lo que hemos insistido pero no pescan ni en bajada, nos dejan la sensación de que aún les hacen todo y no toman conciencia de que los espacios son comunes. “Chao tía, chao tío”, nos gritan antes de subir al vehículo que al alejarse deja un gran nube de polvo.