En los proyectos comunitarios o como en este caso, de arte colaborativo, el trabajo es constante y se da incluso en espacios no planificados, en la vida cotidiana. La confianza con los habitantes de una comunidad se construye no solo en reuniones y talleres, sino que se crea en la convivencia y la rutina: encontrarse comprando el pan, conversar en el almacén, caminar juntos al paradero del bus rural, pedirse una tacita de azúcar entre vecinos, tomar once y matear, jugar pichangas con los niños en las tardes, etc. Todas son actividades fundamentales en un proyecto como este. Hoy pichangueamos con el Bairon, el Jona, el Daniel y su papá. Todos metimos goles.
Nos preocupamos de compartir los espacios y tiempos, de ser vecinos en Pilmaiquén. Incluso en los ejercicios de mapeo colectivo, los niños identifican nuestra casa como “donde viven los tíos de teatro”. Estamos en el mapa, nos sentimos parte y eso nos hace felices. El trabajo colaborativo no tiene horarios, es continuado y agotador, pero nos encanta.