Hoy feriado pensamos en dedicarnos a la planificación del trabajo venidero. Las últimas semanas el proyecto se ha aclarado mucho. Las relaciones establecidas con la escuela Kom Pu Lof, la agrupación de adultos mayores Vida Nueva y el Club de Cine de Hualpín (niñas y niños que asisten a las películas que mostramos en la biblioteca) se han afianzado, permitiendo proyectar el trabajo con ellos y entrar de lleno en la etapa de creación colectiva que tanto esperábamos.
Sin embargo, el día amaneció radiante tras largas jornadas de lluvia y nuestra pequeña vecina Victoria nos vino a invitar a acompañar a su familia al cementerio de Malalhue. Ante esta oportunidad no pudimos hacer otra cosa que cambiar de planes, atinar a tomar la cámara y salir con ella. Lo que no teníamos previsto es que no le había contado de la invitación a Doña Graciela, su abuela, y que no cabíamos en el auto. Como ya estábamos listos y realmente nos parecía un buen panorama, seguimos el consejo de Doña Chela y nos hicimos al camino esperando a que algún auto nos llevara. En menos de cinco minutos nos habíamos subido a la camioneta de Don Yayo y degustábamos (por una cuestión de educación) sus reservas de chicha de manzana camino al cementerio.
Al llegar nos encontramos con una escena hermosa. En un cementerio ubicado en la mitad de plantaciones de papa y avena que miraba al mar, todas las familias del sector arreglaban las tumbas de sus deudos. La gente comía y conversaba pausadamente, prendían velas, ponían flores y recordaban a sus seres queridos como todos los años en esta fecha. Nos encontramos con varias personas que habíamos conocido anteriormente, conversamos, nos contaron historias de antaño, sueños en los que habían visto a los muertos e ideas sobre la muerte, las cuales complementamos con lo que hace una semana conversamos con las socias de Vida Nueva.
A la vuelta pasamos a ver a la familia de Julio, estudiante de la escuela de Llaguepulli que participa en el laboratorio de creación audiovisual que realizamos ahí. Nos recibieron muy amablemente, compartimos la mesa con sus padres y hermanas. Todos, desde la más pequeña hasta el más grande, tenían una gran consciencia sobre el ser mapuche, la espiritualidad, el idioma, la cultura, las prácticas ancestrales y el conflicto que existe entre éstas y el sistema capitalista. Se mostraron entusiastas en participar del proceso creativo que estamos desarrollando, aportando una mirada muy seria y profunda sobre la cultura viva en el territorio que actualmente habitamos.