«Me imagino que a ella querían violarla, entonces por eso que la correteaban y la correteaban y hasta que ella como era jóven, tenía buen éste para correr (…) dice que en esa vez ella estaba señorita, a la señora yo la conocí así como mucho más que yo, ya tendría sus 78, casi 80 años, a la señora yo la conocí con el piecito así recogidito, no podía caminar y del bastón se afirmaba de ese lado. Dice que logró escapar, que donde vio gente, no la persiguieron más los militares. Esto fue cuando esto estaba entre Perú y Chile, habían carabineros que andaban a caballo y a cualquiera lo perseguían.»
Así narra la vecina M otro episodio de violencia protagonizado por los militares hacia una vecina del pueblo, quien terminó con su pie dañado para el resto de su vida debido a la fuerza que le implicó correr escapando de los hombres a caballo que la perseguían veloces entre los cerros.
Identificamos junto a las vecinas en este relato, un episodio simbólico de la violencia masculina ejercida hacia las mujeres del pueblo y al mismo tiempo, un reflejo del peligro que implica para ellas la presencia de militares en su territorio. Coincidíamos en que es necesario que historias como esa se sepan, que se graben en la memoria colectiva para nunca más volver a aguantar el terror sembrado años atrás.
Encontramos una tierra cargada en pigmento en las Termas de Jurasi, camino a Putre, una tierra roja que tiñe hasta los dedos. Con esa tierra nos dispusimos a dibujar a la mujer arrancando, escapando, bocetos de cómo se vería la velocidad de su cuerpo corriendo desesperada, cómo sintetizar también la historia en términos visuales, analizando la musculatura de los caballos en movimiento. Coincidimos en que ésta debe ser una de las imágenes que se grafiquen en las cinco piedras finales, un relato que traza una relación directa entre tiempos de chilenización y la actual situación de Socoroma.