BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: Caleta de historia Iquique - Caleta San Marcos, Tarapacá - 2017 Residente: Katherine Aravena Cáceres
Publicado: 21 de enero de 2018
A la distancia, en kilómetros, en tiempo y en emoción. Video final

Salir de la caleta es como lo esperaba. Después de vivir en un lugar y ser el motor de un proceso, es difícil desconectarse de esto. A medida que pasan los días, estoy más aquí que allá, pero con el proceso de rendición que sigue, de cierta manera vuelvo. Con los tres meses de sol plasmados en el tono de mi piel y ya sin mi compañera mar, de fondo, escribo a la distancia para concluir esta bitácora, para concluir este viaje.

Me incluiré en lo que llamaré comunidad porque, aunque temporalmente, fui parte de esta. Lo que realizamos en este tiempo, fue una demostración de lo que el arte y la cultura son capaces de movilizar cuando les transformamos en un medio. Con la invitación a realizar una película, le pusimos atención a la Caleta, salimos al espacio público, lo observamos, nos adentramos en sus cicatrices y abrimos la puerta para generar un diálogo entre quienes conocían su historia y quienes queríamos conocerla. Salimos de la intimidad y la rutina de nuestro hogares, generamos encuentros y conversaciones informales que nos llevaron a darnos cuenta de que tenemos más cosas en común de las que creíamos, lo que a partir de la empatía, generó lazos amistosos y afectivos.

Identificamos un hito en la historia de esta localidad, que siendo noble, representa lo que ha sido la comunidad. Nómade hasta ese momento, la construcción de la escuela fue la que determinó oficialmente el asentamiento y dio pie a su inicio “formal”. A través de este hito, profundizamos en la cualidad luchadora de la comunidad, que hasta hoy, auto-identifica como su esencia. A través del audiovisual, construimos una obra que tiene la huella de cada uno de nosotros, en la que, quienes pensaron que no podrían aportar, se dieron cuenta de que sus memorias, tesoros y capacidades eran la pieza que complementarían la de los demás, por lo que la obra se convirtió en una representación simbólica de lo que es el sentido de comunidad. Ese mismo sentido que se torna ley cuando hay que cooperar o ayudar al otro, pero que pareciera ocultarse entre las rencillas que nacen en el día a día, las mismas que encuentran su razón en la injusticia, porque cuando tienes que pelear tanto por algo, podría el individualismo ser un medio para proteger a los tuyos. Antes de vivir en la Caleta, ya pensaba que el agua era más, un bien de consumo que un derecho, hoy la experiencia lo fundamenta.

En lo personal, creo que hubo momentos difíciles. Sentí miedo con los acosos que se dieron en la mitad del proceso y me entristecí con las críticas recibidas por parte de algunas mujeres, que se basaron en el prejuicio que les generaba mi condición de soltería. Estas dos situaciones, más lo vivido con Toto, son determinantes al decir que estaba en una comunidad donde la mujer es sometida a juicios injustos que la mayor parte de las veces, logran incidir en su comportamiento en distintos grados y ámbitos, vulnerando un derecho esencial, como es la libertad. Alguien me preguntó si pensaba que si para un hombre hubiese sido más fácil embarcarse en esta aventura, mi respuesta es no, pues creo el machismo tiene diversas expresiones y nos afecta a todos. Seguramente y aunque de otra manera, también hubiese sido una dificultad para él. 

Como creo que los momentos llegan cuando tienen que llegar, pienso que mi paso por la caleta, también fue muy significativo para mí misma. Nunca dudé de mi capacidad artística, pero creo que el ser artista, más allá del título, tiene una importante relación con el tiempo y la trascendencia. Aunque queda mucho por recorrer, por supuesto que después de este proceso me siento más cerca de aquello. En algún momento me pregunté qué tanta debía ser la vinculación con la comunidad, porque en procesos como este y en una comunidad con dinámicas tan intensas, quizá puede ser muy agotadora emocionalmente. Dudé cuando me estaba acercando tanto, pero sin ese involucramiento, todo lo que significó esta residencia, no existiría.

Respecto a lo inconcluso, aparecen las letras “San M” en el cerro, el nombre, uno de los elementos básicos en la identidad. Por más que intenté impulsar su finalización, no logré movilizar a quienes son gestores de la iniciativa y preferí guardar mis ganas, para que sean las de los habitantes del territorio, las que las concluyan de acuerdo a sus procesos, a sus tiempos.

Son muchos los temas abordados en esta bitácora y muchos lo que quedan fuera. Me había propuesto terminar este relato hace unas semanas pero fue imposible. Con los días recordé distintos elementos que estaban quedando fuera y supongo que con los días seguirá pasando, pero ya quedarán para mi goce y reflexión personal. Solo me gustaría decirle, a usted que está leyendo este relato, que si un día viaja por la Ruta 1 y pretende detenerse en alguna caleta para satisfacer su hambre o entretenerse con el carácter pintoresco de estas -el mismo que destacan las tardes “culturales” de la Tv abierta-, que abra los sentidos y el pensamiento, y que se detenga por la historia de su propio país -o del que está visitando-, para apreciar el íntimo lazo que puede formar un ser humano con la naturaleza, o para conocer el rito que significa el vivir con la mar y como este se vive desde las distintas generaciones. Si se logra conectar con el territorio, quizá una familia boliviana o colombiana le dé una lección de trashumancia, o una mujer, de femineidad, lejos de los estereotipos. Deténgase frente a una animita, quizá podría contemplar la fragilidad de la vida y su relación con nuestros derechos esenciales. No se deje engañar por el carácter distante de quien le reciba, frente a esa máscara hay una de-codificación suya y debajo, cultura en un estado puro.

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