BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: Caleta de historia Iquique - Caleta San Marcos, Tarapacá - 2017 Residente: Katherine Aravena Cáceres
Publicado: 15 de octubre de 2017
La mar se pone celosa

En el taller de género que estoy participando con las mujeres de la caleta, he podido apreciar cómo se expresa el machismo en esta comunidad. Sin ser una experta en el tema, me he dado cuenta de que existen mujeres totalmente feministas y otras que justifican prácticas inadecuadas en la tradición, las que incluso -y a pesar de sus ganas por participar- son la causa de su ausencia en las actividades de la residencia.

Para mí, siempre fue “el mar”, pero aquí en la caleta es “la mar”. La mar, mujer. Mujer que se pone celosa cuando otra mujer se adentra en ella y no entrega los bienes que los pescadores y buzos esperan recibir. Puede ser que la superstición sirva para justificar la permanencia de la mujer en tierra y así, limitar su relación con la mar a la recolección de huiro en la orilla, las labores de limpieza y orden de los productos obtenidos, labores domésticas y de crianza. Por supuesto que esto es una visión generaliza y también me he encontrado con visiones conscientes de esta situación y que la rechazan.

Como lo mencioné en una entrada anterior, existe cierto asombro de mi solitaria y soltera presencia en la caleta y cada día lo entiendo más, aunque no logro justificarlo. Aún no sé si me enoja o me entristece, pero lo cierto es que me afecta. El machismo está tan arraigado en nuestras mentes, que hasta la simple presencia de una mujer se vuelve una amenaza para otras -yo, mujer, tentación- y así me lo han hecho saber y sentir algunas mujeres -casos muy puntuales- con sus intensas expresiones verbales y no verbales. Sin duda que esta visión, podría convertirse en un obstáculo cuando intentas vincularte con la comunidad, algo esencial para la residencia.

Ante esto, mi relación con Doña Mar y sus protagonistas ha ido paso a paso. Hoy tuve la fortuna de ser invitada por los niños de la caleta, Gabo y Seba, a una clase de pesca. Fue una mañana completa de aprendizaje respecto a una labor que yo jamás había intentado, donde además pude apreciar su estrecho vínculo con su territorio, el que es realmente inspirador. Estuve en el muelle por varias horas y también pude apreciar las actividades de los pescadores, quienes fueron muy cordiales conmigo, nos compartieron carnadas y hasta me enseñaron algunas técnicas. Lamentablemente, los frutos de nuestra labor fueron más pequeños que las mismas carnadas, pero la experiencia fue encantadora.

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