Viajamos en la madrugada del día sábado desde Santiago en dirección a Arica, llegando alrededor de las 9 am al aeropuerto. Desde allí nos dirigimos a un hostal que nos albergaría durante unos días antes de partir a Socoroma de lleno. Después de descansar del viaje, salimos a conocer y recorrer Arica. Al día siguiente partimos al Museo Arqueológico de San Miguel de Azapa, de la Universidad de Tarapacá, con la intención de encontrar obras rupestres para complementar nuestra investigación en torno a los diversos usos de la piedra en el arte y sus representaciones ancestrales.
Llegamos al Museo y en la entrada encontramos el Parque de los Petroglifos, una serie de piedras talladas con diversos símbolos que datan del 800 al 1200 dC. Observamos diseños abstractos y figurativos, desde tallados escultóricos a imágenes más gráficas talladas sobre la superficie de las piedras, formas antropomorfas y zoomorfas que relacionamos a las pinturas rupestres que pudimos conocer en la primera visita a Socoroma. Una imagen en particular llamó nuestra atención, uno de los tallados en que aparece graficada una figura humana de cuerpo completo con un brazo arriba y el otro abajo, que relacionamos a las pinturas rupestres, donde dos de las figuras antropomorfas representadas tienen un brazo arriba y el otro abajo, cuestión que se repite, en muchas representaciones ancestrales como en las figuras de personajes «danzantes» bordados en los mantos Paracas, en Perú. Nos preguntamos si habrá alguna relación simbólica, a pesar de la diferencia de contextos.
Nos pareció relevante también un petroglifo que se encuentra al centro del parque, tallado en su superficie con formas cóncavas de diversos tamaños y profundidades, imaginamos que las cuencas podrían haber servido para conservar agua y ver en su reflejo, a modo de espejo, las inmensidades del cosmos. Otras piedras de formas geométricas y abstractas, talladas sobre una o varias caras de las piedras, se manifiestan en su simpleza – austeridad de información visual – trabajadas con líneas y puntos, constituyendo un acabado con una compleja síntesis ¿con qué intenciones se habrán creado y graficado aquellos símbolos?, ¿cuál habrá sido la función social y/o espiritual de esa gráfica en particular?. Con estas preguntas (y muchas otras) comenzamos la residencia, comprendiendo la necesidad humana de plasmar y conservar imágenes, imaginamos las posibilidades de re-crear una gráfica simbólica colectiva y la importancia de hacerla en el entorno, la relevancia de un arte situado en el contexto, capaz de provocar relaciones más complejas entre el tiempo y el espacio, lo salvaje y lo civilizado.