El martes 22 de enero exhibimos en el marco del Cine Club de Cerro Sombrero, “Encuentros en el fin del mundo” del director Werner Herzog. El objetivo de este proyecto es activar un espacio perdido, abrir diálogos y encontrarnos con el hábito de ir al cine. El día después de esta función, nos llamó la atención escuchar en la radio del pueblo una crítica de la película en la voz de Carlos Milos, vecino y locutor de la radio, quien accedió a compartir su texto en las bitácoras de nuestro proyecto, y aquí está:
“Encuentros en el fin del mundo”, una película de Werner Herzog, nominada al OSCAR como “Mejor película documental”, hablada en inglés con subtítulos en español. Un increíble viaje por los lugares más sorprendentes de la Antártica y sus protagonistas, quienes desarrollan diferentes labores en las difíciles condiciones climáticas propias del continente helado.
Impactantes las imágenes del monte Erebus ubicado a 35 kilómetros de la base McMurdo, el volcán más activo de la Antártica y de 3.794 metros sobre el nivel del mar.
Hay una sociedad oculta al final del mundo. Un millar de hombres y mujeres viven juntos en la Antártica, arriesgando sus vidas y su salud en su constante búsqueda de conocimientos y avances científicos. En el film Herzog examina tanto a la naturaleza humana como a la madre naturaleza, yuxtaponiendo unas localizaciones impresionantes con las profundas, surrealistas, y a veces absurdas experiencias de los biólogos marinos, físicos, fontaneros y conductores de camiones, que han elegido formar una sociedad tan alejada como sea posible de la nuestra. Sin embargo McMurdo, está lleno de profesionales, soñadores e historias maravillosas.
Como muy bien advierte el propio Werner Herzog al comienzo de la cinta, esta no es otra dichosa película más acerca de pingüinos, a él le interesa otra cosa. Algo que busca en la fea y extensa base de McMurdo, un verdadero pueblo donde viven cientos de personas durante el verano austral, y tan horrible como una estación minera de cualquier otra parte del mundo, donde el blanco es sustituido por la oscuridad del barro, y en las diversas expediciones que a decenas y cientos de kilómetros de allí buscan respuestas a enigmas, mientras escapan de una rutina embrutecedora. El autor, en su viaje a la principal base científica actualmente en funcionamiento en la Antártica, hace un retrato de las personas, más bien personajes diría yo, de quienes viven y trabajan en ella.
Por ejemplo, el científico jefe de buzos que suele poner a su equipo a ver cintas de ciencia ficción de los años 50; al soldador convencido de descender de la realeza azteca o al experto en pingüinos David Ainley que tras dos décadas de investigarlos, casi ha olvidado lo que es el contacto humano; al encargado del invernadero para disponer de verduras y frutas frescas, o la mujer que pasó miles de vicisitudes por diversas partes del mundo antes de arribar a McMurdo.
Todos ellos amplían la galería de sujetos que buscan a través de retos aparentemente imposibles, hallar una grieta por la que huir de una civilización enferma.
Sorprendente la visita que hacen a la base original del navegante Ernest Shackleton. El pingüino loco que en vez de ir junto a sus compañeros hacia el mar, emprende una porfiada caminata hacia el interior del continente donde le espera una muerte segura.
Llama la atención el lanzamiento de un globo gigante de hielo utilizado en un proyecto para la detección de neutrinos, así como la exploración que realizan a cuevas de hielo formadas por fumarolas, en las laderas del Erebus. La otra constante en la obra de Werner Herzog, es la naturaleza inclemente y grandiosa, que pone verdaderamente a prueba al ser humano, naturaleza que se cobrará más pronto que tarde, extinguiéndose, hecho que también está presente en forma evidente en la película.
De hecho, costaría encontrar un paisaje que se acomode mejor al universo de Herzog, que la inmensa planicie en la que por las noches se cuela el fantasmagórico sonido que emiten las focas a dos metros bajo el hielo, en el que viven los hombres; la imponente masa del monte Erebus, uno de los mayores volcanes activos del planeta, o la imagen subacuática de los buzos moviéndose como astronautas bajo la capa de hielo que filtra la luz y tiñe el conjunto que la cámara capta en todo su esplendor.
Al final de la proyección queda la sensación que el hombre ha llegado al final de la aventura y que ya no quedan rincones de la tierra donde el ser humano no haya llegado dejando su huella.