La tarde estaba helada, gris y lluviosa, pero de todos modos estábamos decididos a irnos en la micro rural que va desde Nueva Toltén hasta Fintucue, donde nos estaría esperando Ana Díaz, lamngen que es parte de la Mesa de la Mujer Rural. El bus que tomamos era pequeño y todas las que estaban sentadas se conocían, lo percibimos por las miradas tímidas pero de confianza entre ellas. Habíamos partido veloz por el camino pedregoso que va hasta Pitrufquen, pero tuvimos que devolvernos a Nueva Toltén porque una de las señoras que esperaba el bus se había perdido y la lluvia estaba haciéndose más intensa. Esta era la única micro que pasaba por la mañana, la siguiente era a las 15 hrs, por lo que sin pensarlo mucho Don Gustavo, el chofer, retrocedió en busca de la señora perdida. Lanzó una carcajada de la que toda la micro fue cómplice, entre ranchera y lluvia raudamente llegamos al pueblo. Nos fuimos en busca de la señora perdida en Nueva Toltén, afortunadamente dimos solo algunas vueltas hasta que logramos divisarla en un paradero esperándonos, iba llena de bolsas que apenas podía sostener, no obstante, estaba contenta de vernos regresar por ella. La ayudamos a subirse y nos fuimos otra vez hacia nuestros destinos. El río Toltén estaba muy caudaloso, tan inmenso y potente. De inmediato se nos vino a la memoria esos relatos coloniales que cuentan cómo fue el paso del río para llegar a Imperial, de todas las travesías e intentos fallidos, de esa porfía de atravesar la frontera. Íbamos por el camino antiguo que unía toda la zona, no por el que en la actualidad está pavimentado y que conecta Freire, Teodoro Schmidt , Hualpín, Toltén y Queule.
Nos bajamos donde Ana nos había señalado, allí estaba esperándonos con su sonrisa cálida y sus ojos tristes. No llevaba paraguas, solo un chaleco de lana que usaba para taparse la cabeza. Efusivamente nos saludó, ya esos abrazos de bienvenida nos recibieron para poder pasar la mañana conversando y conociéndonos. Nos invitó a su puesto de ventas donde exhibe sus productos caseros que elabora en base a lo que le da su huerta y árboles frutales. Nos habló de su esposo y de su familia: los Pineda. Ya durante nuestra estadía habíamos oído varias historias que se cuentan de los Pineda, desde la fundación de Toltén hacia fines de siglo XIX, fue así que Ana sacó su libreta y nos relató la historia:
“Los primeros colonos que llegaron a Fintucue fueron dos hermanos Pinedas Pinedas. De San José de la Mariquina salieron con rumbo para irse para Argentina, se dieron la vuelta y se metieron por Fintucue”, nos iba relatando Ana. El resto de la historia nos contaba sobre unos bandidos y la trilla, de lo difícil que era la vida de campo y de cómo era el diario vivir entre colonos, chilenos y mapuche. No pudimos terminar el registro de su relato como habíamos pensado, porque comenzamos a ver que los ojos de Ana se llenaron de lágrimas y su voz comenzó a tomar otro tono, otra vibración. Todos quedamos en silencio, solo la lluvia y nuestra respiración pudimos escuchar por unos segundos. Detuvimos la cámara porque a todos la emoción nos desbordó. Fuimos hasta su casa a tomarnos un té y a compartir una tortilla que había preparado especialmente para la ocasión. Mucho de lo que hablamos no lo vamos a contar porque son relatos y experiencias profundamente íntimas, agradecemos a Ana por tanta confianza con nosotros. Durante la residencia hemos procurado fortalecer los lazos con cada una de las mujeres de la Mesa que nos ha tocado visitar, a lugares remotos y de difícil acceso, que ni en mapas salen. Esos trayectos nos han hecho apreciarlas más por toda la energía que entregan al trabajo conjunto, colaborativo y de no competencia entre ellas. Difícil ha sido este camino que ha podido empoderarlas de todo el yugo patriarcal que existe en sus hogares, que también se reproduce en varias escalas: la mayoría son mujeres indígenas campesinas que han dedicado su vida al trabajo de la tierra y de sus familias, pero han logrado dejar de depender económicamente de sus esposos e hijos porque han logrado comercializar sus productos y hacer trafkintu (intercambio) de plantas, semillas y productos entre ellas.
Nos mostró luego lo que es su camping Eben Ezer, las tinajas que tiene para que los visitantes se den baños de agua caliente con hierbas medicinales, bajamos hasta un brazo del río Toltén donde hay una isla pequeña que es parte del camping, ahí Ana nos contó cómo aprendió a reproducir arboles y nos mostró algunos de ellos que estaban en la isla. Fuimos luego a un pequeño galpón que está habilitando para el verano, tenía varias mesas y sillas de maderas apiladas, y al fondo un telar inmenso que estaba tejiendo su madre, de 88 años.
En silencio tejía, con una lentitud que era parte de otra temporalidad, de tanta experiencia tramada, de kilos y kilos de lana hilada y tejida. Estaba tejiendo una frazada con tanta paciencia y concentración, solo ella y el sonido de lluvia sobre las latas de zinc. Nos acercamos a ella y le contamos de nuestra relación con el wixal (telar), pues Jaime Antonio y Constanza provienen de una familia tejedora, donde han podido revitalizarse y autodeterminarse como mapuche a través de la práctica del telar, allí compartimos experiencias que son profundamente significativas. Pudimos tocar por primera vez un ngerewe de hueso de ballena, ¡una verdadera reliquia! La residencia ha tomado un viraje importante: la cotidianidad de nuestra mapuchidad la hemos podido compartir con cada visita que hemos realizado a cada lamngen, hemos perdido el pudor de manifestar también cómo nuestras familias tienen su linaje, que han perdido los nombres y apellidos, pero no la práctica, el proceder pese a haber nacido en un contexto más urbano: Jaime Antonio y Constanza nacieron en Curicó y Manuel en Quillota, desde esos lugares es que también evocamos nuestra memoria y hoy nos conectamos con Toltén. Quizás en otra bitácora nos detendremos en desarrollar esto último, pues amerita darse el tiempo para explicarlo en extenso y compartirlo, no obstante, ha sido una experiencia transformadora ver que nuestras mapuchidades se tocan y se encuentran, sin esencialismos ni prejuicios.
La tarde avanzó rápido, tuvimos que irnos en el bus que pasaba en la tarde para devolvernos a Nueva Toltén. Nos despedimos de Ana y su madre, anhelando pronto vernos. El día entero se trató sobre compartir nuestras vidas, hablar sobre el machismo y la violencia que existe en los hogares y en la ruralidad. Un poco tristes nos devolvimos, pero fortalecidos por tanta amabilidad y perseverancia.