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Residencia: Memorias Lafkenche: imágenes y relatos de Toltén Toltén, La Araucanía - 2017 Residente: Colectivo Catrileo+Carrión
Publicado: 22 de octubre de 2017
Nvxamkam poyewvn

Nos levantamos muy temprano para irnos a Pocoyán Alto, hacia la comunidad mapuche Antonio Antillanca, porque nos reuniríamos en la sede donde nos esperaban tres lamngen: Gloria, Marta y Guillermina, junto a sus esposos. El camino pedregoso desde Villa Boldo hasta Rinconada de Pocoyán nos vislumbró con una variedad de suelos, árboles y temperatura del viento. Fuimos viendo a lo lejos algunos monocultivos de pino ordenados, flotando como una marea verde que en apariencia nos evoca un bosque, pero que no es más que territorio usurpado y explotado, se divisa a lo lejos silente no menos destructivo. Tierras donde ya mucho del lawen no crece, donde se han secado menoko, y por ende, mongen. Pero el camino ya más adentro de las montañas va cambiando, nos detuvimos unos minutos en el sector de La Vega, donde las vacas pastan coexistiendo con el ngen kurrvf, esa “temperatura” de lo que en español nombramos como viento.  Hemos notado en este tiempo viviendo aquí, que pasa por las mañanas y se camufla entre los junquillos, se mueve entre el suelo inundado como una serpiente vaporosa donde pájaros y lawen coexisten. Esto que nos rodea no puede nombrarse ni como territorio ni paisaje, dos palabras que recortan nuestro mundo desde una perspectiva que refleja una continuidad colonial desde el pensamiento y gramática. Mientras recorremos el lugar, percibimos que esa separación hilomórfica no existe, o al menos, no nos hace sentido.

Algunas casas a lo lejos se divisaban mientras subíamos y bajábamos colinas, internándonos en el cordón recorrimos cultivos de papas que estaban en proceso de cosecha. Abrimos la ventana del auto para oler e impregnarnos el recuerdo. Estábamos alejándonos un poco del cauce del Toltén para orientarnos a un cordón-wingkul cerca de donde vive nuestra ñaña Hortensia Lemun, quién nos había recibido el día de la ceremonia de su ruka. Allí conocimos en mayor profundidad a la reñma Antillanca y a otras lamngen de las comunidades que viven en el sector. Dichas comunidades que en realidad son reducciones, dado que los colonos y el Estado-nación chileno usaron sus tierras para fundos y villas, para la expansión del progreso, de la modernidad, como lo fue Villa Boldo y Camagüey; todas cerca de las comunidades que por siglos lograron cuidar y proteger lo que decimos afpunmapu, es decir, la frontera. Pasamos veloz por fuera de la ruka de la comunidad Lemun para doblar en el cruce de Pocoyán hasta donde nos estaban esperando.

Mari mari, fvca kuifi pu ñaña! – Dijimos con emoción al momento de llegar.

Mari mari, kvmelekaiñ? – nos respondió Marta.

Nos estaban esperando en la puerta de la sede, habían preparado un desayuno para recibirnos: tortilla de rescoldo, quesos, tarta de frambuesas, huevos y mate. Se nos fue la mañana en el matetun y en la conversación. Pudimos conocer la historia de la formación de la comunidad, de su proceso de revitalización en mapuche kimvn. Vimos sus instrumentos en las paredes, nos llamó la atención la trompeta entre pifilka y xuxuka, pues la hemos visto en varias comunidades en este tiempo. Pareciera ser que en esa sutil presencia en el ayekan nos evidencia lo que hemos estado reflexionando: no podemos pensar la historia mapuche sin la experiencia de la modernidad-colonialidad. Somos un pueblo de más de doce mil años, pero en estos últimos quinientos, occidente nos ha reorientado cómo vivir nuestras mapuchidades, pero que como toda inclinación, se desvía de la línea recta. Durante este tiempo hemos comprendido una intuición que teníamos sobre cómo los esencialismos nos dañan como una sola continuidad. Las trompetas tienen un gesto militar, quizás su contacto proviene de fines de siglo XIX o antes, pero dicho gesto tiene un matiz distinto entre los otros instrumentos, como si el mundo mapuche lo adoptara y resignificara. A veces olvidamos que los mapuche hemos vivido por muchos años la experiencia intercultural.

Entre las conversaciones que sostuvimos en el desayuno nos contaron varias historias en relación a la infancia y el cambio del campo, de las reducciones, de la huerta. Gloria nos contó sobre sus hijos que estudian en la warria pero que viajan a su comunidad los fines de semana para ayudarles a trabajar la tierra. El maremoto de 1960 fue otro tema de conversación que se tocó por largo rato; escuchamos el testimonio de cada uno atentamente, de igual modo que los otros relatos que han surgido durante nuestras visitas a las integrantes de la Mesa. Según lo que nos contaron, luego de esa fecha es que volvieron con fuerza los gijatun en la zona, cada dos años se hacen porque el lugar todavía tiene el newen del ngen ko. Generosamente la comunidad Antillanca nos ha invitado a un jejipun y a un pichi gijatun que se realizarán en las próximas semanas, y ya a fines de diciembre, el fvta gijatun que convoca a 11 comunidades que viven alrededor de Pocoyán. Nos sentimos muy contentos de ser invitados, porque este viaje nos ha permitido sentir nuestra mapuchidad en otro espesor que nos ha permitido compartirlo con otras lamngen. Hemos establecido lazos de confianza porque también hemos hablado de nuestras familias y les hemos contado de las borraduras de los nombres y apellidos en nuestros linajes. Sobre eso compartimos largas historias sobre cambios de nombres y castellanización de sus apellidos, situación que como colectivo nos afecta dado que Jaime Araya actualmente está en la etapa final del cambio de nombre legal. Proceso que está vinculado a la pérdida del apellido Catrileo en su familia materna por la vergüenza y violencia que vivieron sus bisabuelos cuando migraron hacia la zona central. Por eso, como colectivo ha sido una experiencia que nos remueve, volver a nombrar a Antonio Catrileo con su antiguo nombre que está en proceso de modificación en su partida de nacimiento. Es confuso quizás, pero durante la conversación nos hemos dado cuenta que aquí es algo que pasa a diario. Es en el contexto urbano donde hemos percibido que se idealiza y esencializa la vida mapuche en general, como una vida lacónica o de extrema violencia. Con esto no queremos decir que no suceden ambas, pero por la experiencia que hemos vivido por estos lados el conflicto chileno-mapuche aparece de forma silenciosa, en la naturalización de muchas prácticas que son parte de lo cotidiano. Por eso, la experiencia intercultural no debiese ser una novedad ni un tema más que se trabaje sobre las categorías prefijadas en el arte contemporáneo, a eso le llamamos continuidad colonial, extractivismo.

En cada conversación y mate vamos estrechando una amistad, una posibilidad de generar potencia y no poder, en estar atentos a la difícil relación entre reconocerse indígena y cómo la institucionalidad nos recorta nuestro devenir, hechas políticas de asuntos indígenas, en intervencionismo y asistencialismo, en introducir el discurso multicultural, y de paso, el giro turístico como única forma de instalar nociones de progreso o productividad.

Vino el hambre pasado el mediodía por lo que nos animamos a cocinar. De forma espontánea surgió la idea de preparar poñi vuna, un postre de papa fermentada y podrida por 6 meses a la orilla del estero. Fuimos a recolectarlas donde un peñi que tenía algunas guardadas en el agua que pasa por su campo, allí vivimos la experiencia de probar la papa, de olor intenso y textura similar a un queso, un sabor tan preciado por los peñi que nos invitaron a recolectar las poñi vuna. En la sede, las lamngen prepararon cazuela y las papas, luego de almorzar y conversar sobre algunas historias que contaban los antiguos sobre el wixanalwe que se manifiesta como un caballo blanco que se le aparece a ciertas personas para darles riqueza o poder, como le llaman a ese pacto. De riquezas y empobrecimiento hablamos, con dolor al ver cómo por algunas generaciones han empobrecido a nuestro pueblo, pero todas y todos coincidimos en algo en la mesa: nos levantamos una y otra vez, quizás como una porfía, pero que nos gusta nombrar más bien ímpetu. En los últimos años la comunidad se ha fortalecido y empoderado, eso nos contaron, incluso Gloria nos señaló que en determinado momento ella podría convertirse en la primera mujer lonko de la comunidad.

El registro de nuestra conversación-entrevista lo hicimos ya de tarde, de las tres lamngen, cada una en sus casas, por lo que cada instancia fue un mundo que se nos abría. Comenzamos con Gloria que nos habló de su familia y comunidad, de su rol como futura lonko, de cómo han logrado volver a hablar en mapudungun. Nos mostró su huerta, su casa, probamos de la chicha de manzana que hace su esposo. Ella se soñó en un pewma que debían pronto construir su ruka, abriendo así nuevos espacios para el nvxam, kimvn, xawvn. El hacer comunidad es una práctica que se ha perdido dada las reducciones y el empobrecimiento de la vida rural, con 1 o 2 hectáreas se hace difícil poder generar producción para la venta, así es la vida del lelfvnche, la persona de campo, que tiene otras dimensiones de la tierra. Conversábamos sobre cómo en la ciudad vivimos hacinados, en espacios reducidos hacemos nuestras vidas, no obstante, acá se requiere de otra dimensión y relación con la tierra. Las reducciones han afectado a las comunidades, la evangelización también. Por eso cada dos años la comunidad se esfuerza en hacer su ceremonia de gijatun, donde todos hacen purrun alrededor del rewe. La industria forestal ha plantado sobre terrenos que fueron fértiles, pero hoy han estado secando las aguas, los pozos, los esteros, los humedales; esa preocupación la hemos notado, la hemos sentido. Para la vida lafkenche el agua es vital, pese a que sigue lloviendo en estas fechas y nos ha impresionado la cantidad de agua que abunda, antes había mucha más, pero la industria forestal ha deteriorado los suelos, la riqueza mineral y todo lo que su entorno genera. Mas, el río Toltén siempre caudaloso cada cierto tiempo se desborda y pareciera ser, que ese río irascible es también parte de la vida lafkenche, de su relación con el agua, la tierra y la potencia del viento. Los ngen que como vaivenes zigzaguean su aparecida, ya el canto de los choroy nos lo advierten de vez en cuando mientras recorremos la comunidad Antonio Antillanca.

Luego de compartir con Gloria, nos fuimos todas y todos caminando hasta casa de Marta, caminamos entre colinas y bosque nativo, mientras apreciábamos el viento en la cara y la luz de la tarde. Las nubes de arrebol venían cargadas de agua, el canto de las bandurrias pidiendo agua nos lo hizo notar. Durante el trayecto seguimos hablando de pewma, Marta nos reveló que era pewmafe, es decir, que sabía leer los sueños que se le aparecen. Es un don que ha aprendido a leer y a interpretar. Sus sueños le avisan de las cosechas, de las enfermedades, de las hierbas que necesita y de las propiedades que éstas poseen; así en el camino nos iba señalando toda la abundancia de medicina brotando. Se agachaba y nos regalaba medicina para nuestros malestares. Llegamos a su casa y ahí pudimos apreciar su pequeño bosque nativo de arrayán (temu) y hualle. Recorrimos sus invernaderos donde tenía hortalizas y plantas ornamentales. Compartimos largo rato conversando ahí adentro entre las plantas; Marta nos convidaba a todas y todos pequeños almácigos y patillas de plantas para que crezcan en nuestros jardines, la tarde se tomó un giro: no solo conversamos, sino también compartimos medicina.

El viento se hizo más fuerte, la lluvia venía pronto, así que bajamos hasta casa de Gloria para irnos en camioneta hasta casa de Guillermina. Allí tendríamos la última entrevista para conocer en profundidad a ella y poder ver las cosas que hace. Una vez que llegamos a su casa vimos unas matas gigantes de chupón, con la que se trabaja cestería. Hablamos largo rato sobre cómo se hacían y compartimos algunas técnicas. Marta se llevó varias hojas para hacerse una canasta, luego de eso, Guillermina nos invitó a su taller donde realizaba piezas textiles y hacía cinturones de cuero bordados. Ahí hablamos sobre su vida, sobre las diferencias de la vida de campo a la de ciudad, sobre el machismo y la importancia de la Mesa para ellas, porque las ha unido y les ha permitido lograr cierta independencia económica de sus esposos.

Luego de este largo día de conversaciones y reciprocidades, nos fuimos de noche desde Alto Pocoyán hasta Toltén, como nos habíamos quedado sin transporte para irnos a casa, gentilmente nuestros peñi se ofrecieron a llevarnos en camioneta. En el camino conversamos sobre el intenso día que vivimos todas y todos, de lo agradable que fue el domingo en compañía. Nos invitaron para volver pronto, así como también nos extendieron la invitación a las rogativas que se vienen en sus comunidades, pues nos han hecho parte de los suyos. Esto nos emociona profundamente, porque tuvimos la oportunidad de hablar sobre nuestra forma de vivir nuestras mapuchidades en el contexto urbano, de cómo nos ha tocado luchar contra el esencialismo, el racismo y el “mapuchómetro” que en la ciudad nos ha tocado enfrentar, porque más allá del color de nuestra piel, nuestras familias también son indígenas, salvo que perdieron sus apellidos y a nosotros nos ha tocado nacer y criarnos en la ciudad, mas no por eso nos hace sentirnos menos indígenas, porque no solo habitamos la ciudad, también hacemos ciudad, como parte de un principio de relacionamiento, con reconocer los ngen y con ellos excedernos. Por su parte, nos escucharon atentamente y nos miraron con empatía, porque la vida de ellas y ellos ha sido similar, con la diferencia que muchos volvieron a Pocoyán para reactivar las comunidades, porque pese a las reducciones y el empobrecimiento, nuestro pueblo se levanta una y otra vez, incluidos los que hemos crecido en la diáspora, pero siempre recordamos agradecer el mate y llevarnos nuestro rokiñ a casa.

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