Estuvimos en Santiago durante una semana, entre defensas de magíster, visitas a doctor, trámites legales y el recibimiento a la periodista mapuche Constanza Araya como parte del equipo de trabajo. Logramos reunir nuestros deberes metropolitanos en una intensa semana de cierre de procesos personales y colectivos. Durante la semana estuvimos en contacto con la señora Blanca González, presidenta de la Mesa de la Mujer Rural de Toltén, acordando reunirnos el viernes siguiente, a nuestra llegada, ya con una propuesta concreta de planificación del trabajo que se nos viene. Planificación que será presentada a la Mesa. Sabíamos que debíamos considerar flexibilidad en nuestra calendarización, pues como nos informaron, esta es la época de la cosecha para muchas, es decir, un momento intenso de trabajo físico y delicado.
Desde Santiago, mantener contacto telefónico con la señora Blanca nos mantenía atentos a Toltén. Aprovechamos así de dirigirnos en la mañana del miércoles 3 a la Biblioteca Nacional para investigar en búsqueda de un mapa de la “Vieja Toltén”. El maremoto de 1960 sigue siendo una cicatriz colectiva que aparece y se abre, como herida latente, cada vez que el ejercicio de la memoria oral nos lleva al pasado. Fuimos a la Biblioteca Nacional, directo a la mapoteca a solicitar apoyo en la búsqueda de una imagen cartográfica de lo que había sido Toltén antes del maremoto. Dentro de la mapoteca nos llamó la atención el silencio y los protocolos extra que tuvimos que realizar, en comparación a las otras secciones de la Biblioteca con la que estamos más familiarizados. Sin embargo, pudimos encontrar varios mapas y cartografías de Nueva Toltén, no así de la Vieja Toltén. Muchos de estos mapas estaban digitales por lo tanto no nos dejaron acceder físicamente a ellos. Pero había dos mapas que no estaban digitales, uno de 1980, y otro, hecho a mano de 1870, que solicitamos para revisar en sala y ojalá poder fotografiar.
Primero pedimos el de 1980, que es una carta magnética que registra Queule y Chelle-Toltén. En este mapa pudimos ver una representación hecha 20 años después del maremoto, en un contexto de Dictadura cívico-militar. Nos llamó la atención cómo solo aparece señalado Nueva Toltén, y en el lugar de Vieja Toltén, solamente aparecen unas líneas sugiriendo un asentamiento humano que no tiene nombre. Según las conversaciones que hemos escuchado, pocas familias han retornado a Vieja Toltén hoy, y solo desde la última parte de los años 90s algunos han ido a repoblar un territorio abandonado. Quizás en los 80, en un contexto de represión sistematizada y a solo 20 años de la catástrofe, era realmente un pueblo fantasma, despojado de su nombre por la fuerza del agua, desplazando el significante Toltén en una acepción nueva, como “Nuevo Toltén”, porque el viejo ya no está, porque el previo fue arrebatado. Nueva Toltén, incluso en su denominación contiene ese dolor, esa previa experiencia, que sin duda está atada a una experiencia colonial, de saqueo y despojo, de genocidio racista contra el pueblo Lafkenche. Tocamos con nuestras manos el mapa de 1980, como queriendo tocar la representación electromagnética de Toltén, del viejo y del nuevo territorio. Como queriendo acariciar nuestra ausencia al estar en Santiago, tan lejos de la señora Blanca y de las lamngen que hemos conocido. Mientras tocamos y releemos el mapa una y otra vez, como esperando que ese contacto nos entregue algo más o nos deje más satisfechos, murmuramos algo que dijo algún filósofo una vez: el ojo es táctil, y a este le es propia una cualidad del tocar que no tiene que ver con la mano. Estábamos tocando Toltén con los ojos, y mirando con las manos. En definitiva, echábamos de menos estar en Toltén.
Para ver el segundo mapa, nos trasladaron a otra sala: la Sala Medina; una sala más adornada, llena de terminaciones en madera, de muebles de lujo, bustos tallados y cuadros propios de una estética de espíritu republicano. Cuadros y esculturas de hombres por todos lados, como mirándonos mirar el pasado, advirtiendo que la historia le pertenece a esos hombres chilenos que se ven a sí mismo como blancos e ilustrados. La historia ha sido escrita por ellos, y el segundo mapa de 1870 denominado “Plano de la línea de fortificación sobre el Toltén” nos recuerda esta violencia colonial. Antes de ver el mapa hecho a mano, nos piden no tocarlo, y que si vamos a sacar fotos debemos enviar un correo pidiendo autorización. Realizamos el protocolo para poder registrar el mapa. Este documento, archivo de la nación chilena, es testimonio del límite que tenía la misma nación antes de desconocer acuerdos realizados entre el Pueblo Mapuche y el Estado Chileno como fue el El Parlamento de Tapihue (1925). Este mapa de 1870 es un diagrama de la ocupación chilena de Wallmapu, es una cartografía que evidencia la empresa militar llamada “Pacificación de la Araucanía”, donde destacan el Fuerte de Pocoyan y el Fuerte de Barbosa; zonas que hoy son localidades rurales de la comuna de Toltén, donde muchas de las lamien integrantes de la Mesa de la Mujer Rural de Toltén hoy habitan, producen y resisten mediante la revitalización del mapudungun, los guillatún y ceremonias, la gastronomía y la auto-organización. No pudimos tocar el mapa, pero pudimos revisar muy de cerca con el lente de la cámara esa textura anacrónica que ostenta este mapa. Siglos desde su trazado, que a pesar de estar conservado estirado, conserva pliegues centenarios en su constitución como diagrama colonial-militar del territorio: en todos los espacios donde no hay presencia de Chile, hay “indios”, de Voroa, de Toltén, de Llicán…
El doblez marcado fuertemente, que interrumpe a la flecha con que se acompaña violentamente el significante “indio”, es una bella metáfora de cómo hay que desplegar los mapas. no solo mecánica y táctilmente, sino que desdoblar esos pliegues que habitan en nosotros mismos como una naturalización del racismo, que no es más que la diferencia colonial operando sobre nosotros disfrazados de clase, género, etnia. Creemos que esas categorías manoseadas por la academia e incluso el arte contemporáneo, no se presentan como una interseccionalidad neutra de la experiencia humana, como si la respuesta sería no solo trabajar mediante categorías que encasillan a los sujetos, sino que jugar a combinarlas entre sí. Esta sería la fútil esperanza de poder describir mejor lo que le sucede a ese “otro”, que no soy “yo”. En cambio, nosotros queremos desplegar nuestro colonialismo interno, porque todos lo tenemos. La biografía crítica no solo tiene el potencial de transformarnos a nosotros mismos, sino a nuestro entorno, para dejar de pensar que los distintos a mí son solo “otros”. No queremos esa distancia epistemológica en nuestras vidas y con nuestras comunidades.
Por esto nuestro proyecto crece con la Mesa de la Mujer Rural de Toltén a través de nuestras conversaciones y del nütram, porque el relato de cada una de ellas no es solo un patrimonio de turismo de especialidad capitalizable, sino porque son relatos de la experiencia acumulada de la violencia de género y política que la instalación colonial del estado nación chileno produjo sobre ellas, sobre nosotros y sobre la tierra.
Escucharnos, leernos y traficar nuestros relatos, sería precisamente un torcimiento al proceder hegemónico de los archivos coloniales del estado moderno, sería un desvío de la mirada eurocéntrica que quiere ordenarnos siempre desde la voz interna que se nos ha instalado a todos. Aquí no hay mitos y leyendas, aquí hay conocimientos y una disposición para el ser que no cabe ni en los archivos, ni en la cédula de identidad, y mucho menos en el mapa.