Desde la semana pasada estamos desarrollando dos proyectos de forma paralela: Nosotros estamos en la línea del tren y Banderas al Viento. Estos son los últimos proyectos de mi residencia, bueno, además del segundo malón y una exposición final. Son muchas cosas andando, lo sé, pero no puedo parar. La felicidad y la endorfina que me ha regalado Los Vilos me llenan de energías y ganas de más. Si bien los proyectos y los grupos de personas son diferentes, ambos buscan promover instancias de creación colaborativa y diálogo a través de las historias y experiencias, facilitando espacios de reflexión en torno a su patrimonio local, memoria e identidad.
Vinculado a la energía actual, con Carolina fuimos en búsqueda de recuerdos y archivos relacionados al tren en la Avenida Estación. Me habían comentado que en la avenida había un local comercial con fotografías antiguas de Los Vilos. Sin saber su locación con exactitud, fuimos con todos los equipos con la esperanza de encontrar el lugar. Entramos a todos los negocios saludando y mirando sus muros, varias personas nos miraron con extrañeza, pero todos muy amables. A mitad de camino entramos a una fotocopiadora. Con tanto papel alrededor, pensé que quizás algún gusto por archivos podríamos encontrar. Así conocimos a Norberto Trigo. En un comienzo no tenía muchas ganas de hablar y nos dijo “no tengo nada para contar”. Me miraba desconfiado al escuchar mi relato (ya muy practicado y resumido) sobre la residencia, pero a los minutos se relajó y entusiasmó con el proyecto. Finalmente tenía muchas fotos antiguas de Los Vilos, del puerto, los pescadores, el tren y su villa. Nos contó que él era algo así como el digitalizador de las fotos de sus vecinos. También nos mostró un collage/mural que está creando en su computador para pegar en su local. Contento nos regaló algunas fotos, nos dejó hacerle un retrato y nos dio un par de datos de personas que podrían querer participar.
Una de sus recomendaciones era Enrique Gutiérrez, un ex trabajador del puerto, quien posiblemente había descargado algún tren. Nos señaló en un mapa cómo llegar a su casa y partimos. Sorprendentemente, en la primera casa que gritamos aló y apareció el mismo señor Enrique. Nos dejó pasar a su patio y desde una de sus ventanas nos contó parte de su vida. Trabajó 20 años descargando minerales de los camiones que venían desde las minas al puerto. En esa época ya no estaba funcionando el tramo del tren que llegaba al puerto, por eso los camiones. Eran 12 jóvenes de entre 18 y 20 años, y pocos que trabajaban juntos, 12 de los cuales sólo Enrique sigue vivo. Trabajaban sin horarios fijos, días y noches largas, se compartían datos de cómo cuidar su piel y no rasgarla con los minerales que cargaban, pero el señor Enrique era feliz. También nos habló de su familia y de otros trabajos que realizó en hoteles. Nos dio las gracias por pasar parte de la tarde con él y acompañarlo en su soledad. Quedamos contentas por haber podido compartir con Enrique, pero al mismo tiempo triste por su aislamiento.
Y el local con fotografías, lo encontramos. La próxima semana vamos a conversar con el dueño.