Posterior a un par de jornadas de un montón de compras y varias gestiones, llegó el día de viajar a la caleta. Algunas calles en Iquique son muy estrechas -como en la que se encuentra el hostal- y basta con una fila de autos estacionados para que quede solo una vía habilitada para el tránsito de vehículos. Llega el taxi, se detiene e inevitablemente genera un taco. El chofer del auto que lo prosigue se enfurece, toca la bocina muchas veces y toma la decisión de subir a la vereda y adelantarnos. El chico que limpia un auto estacionado reclama por el apuro de las personas en la ciudad. Una vez con todo dentro de la maleta del auto, comenzamos el camino. Un tramo corto para salir de Iquique -tantos edificios que hay en esta ciudad- para llegar a la carretera en medio del desierto, siempre acompañado de su antónimo, el mar.
Caleta San Marcos está a 110 km al sur de Iquique, a una hora y media aproximadamente. Don Alejandro es quien conduce, me cuenta sobre su trabajo, y que en general hace tramos aeropuerto-ciudad y viceversa. Con orgullo me comenta que Iquique recibirá al Papa el próximo verano. Pasamos por donde se realizará la misa y disminuye la velocidad para que pueda apreciar los preparativos, unas figuras en el cerro que destacan por su color. Hablamos de la vida, me cuenta de sus hijos y de su reciente cambio de casa, le parece entretenido lo que le cuento sobre la residencia y curioso que este tipo de actividades se realice en un lugar como la caleta.
Avanzamos por el camino, a veces nos alejamos un poco del mar, pero siempre está presente. Pasamos por Caleta Patillos, don Alejando comenta que es el lugar donde embarcan la sal para la exportación -los montículos de esta resaltan en el paisaje-. Subimos, bajamos, subimos, bajamos -me mareo un poco-. Después de una hora veinte de camino, comienza a aparecer el particular cerro rojizo que tiene como fondo Caleta San Marcos y recuerdo que en la visita a terreno, alguien me comentó que veía a el rostro de Cristo en algunas de las rocas que sobresalen en este.
Llegamos a la cabaña que será mi hogar por estos tres meses. Me encuentro con Don Juan, el ayudante del dueño de casa que se encuentra retirando algunos muebles y realizando arreglos con la ayuda de su pequeño Martín de unos 3 años, que al mismo tiempo, están acompañados de Scooby -un perro que ha dormido estas dos noches en la entrada-. Comienzo el aseo de la casa al ritmo de Los Charros de Lumaco, la música de don Juan.
El fin de semana pasa volando entre la limpieza, el orden y ajustes domésticos, pero ya estoy aquí, entre el desierto, el mar y el cielo.