Esta, la última noche en la isla, oscurece más temprano y será el equinoccio de otoño. Durante el día deambulo por el pueblo y aspiro la mayor cantidad de viento posible. Me concentro en memorizar cada ráfaga que choca con mi cara, mis oídos y mis manos. En busca de gente para despedirme pienso, que si bien es cierto nos costó mucho convocar para trabajar en esta residencia, fueron tantos los que llegaron solo para acompañar en estos largos y exhaustivos meses; me doy cuenta porque despedirme me toma todo el día. Ya no quedan muchos, y es la estepa la que me invita a detenerme y observarla, como si estuviera dialogando conmigo el viento entona composiciones diversas, ayudándome a entender que para habitar un lugar es fundamental dejarlo en paz. Hoy me voy de la isla y una loica golpea la ventana de Carlos Milos en la radio, aquella historia que él defendía su verosimilitud constantemente se hace verdadera y es esta ave, aquella que habita el viento mismo, la que se toma unos segundos para despedirse. A la mañana siguiente ya no será otoño y yo me iré de Cerro Sombrero.