Si mal no recuerdo fue el sábado de esta semana cuando un paseo por los alrededores del pueblo me llevó a dar una vuelta larga. Me acompañé de una pequeña handycam que traje para registrar el cotidiano, lo repentino e imprevisto. Salir del pueblo no es difícil, 5 minutos y se abre el paisaje hacia la circunferencia del horizonte. Desde ahora en adelante las distancias se multiplican en extensiones inauditas de estepa y alambrado. No hay duda que lo primero que recordaré de estas derivas son el encuentro con hermosa flora y fauna de estos parajes; hasta ahora desde que llegamos he visto férreos representantes de la Patagonia como guanacos, ovejas, ñandúes, armadillos, toninas, chirihues, cauquenes, bandurrias y zorros, todos dispuestos y amables con mi cámara. Mi segundo recuerdo será en la Estancia Libertad, aquella que vemos desde nuestros escritorios, y ahora conozco desde cerca. Me recibe un perro viejo, un gato y una oveja que forma parte del triunvirato de animales domésticos. A lo lejos, caballos y vacas parecen bailar con los últimos rayos de sol. Desde la vereda de los humanos conversé con Pablo y Marcelo, sobrino y tío respectivamente, quienes me cuentan de la tranquilidad del campo, la distribución de sus hectáreas y los orígenes de terrenos adquiridos para la Reforma Agraria. Les comento que nos interesa conocer este mundo de la isla, los contrastes con la vida en el pueblo y el resto del país, el trabajo a campo abierto, y cuales son, a fin de cuentas, los cómo y porqués de la vida en estancias.