Son las tres de la tarde y nadie responde el teléfono, quedamos en que nos pasaban a buscar a esa hora para ir al cerro de la Estancia Libertad que vio Brenda en su viaje, ese lugar que es refugio de contemplación para ella. Pasada una media hora nos logramos comunicar: se había caído el servicio de Movistar. Las adversidades del territorio son siempre variadas e inesperadas, nos reímos al respecto. Recorremos en el auto de Blanca la estancia, el río, todos toman la cámara y registran sus sensaciones, memorias y nuevos descubrimientos. Yeni se fascina con la captura sonora y Blanca está obsesionada con filmar las ovejas. Camila dice que ella es mala para las fotos, pero termina tomando la cámara, nos pregunta que si está bien lo que hace, le insistimos en que no hay un plano correcto. Poco a poco toma confianza, se pierde dentro de la cámara y permanece acuclillada en el piso filmando un coirón recortado por el cielo fueguino, buscando la perfección en su plano o tratando de dar con esa imagen que la hace siempre volver a su pueblo. Terminamos compartiendo con la matriarca de la familia, recorriendo su huerto personal (regalados de frondosas lechugas y hierbas medicinales), y esperando un próximo encuentro al día siguiente con Camila y Yeni que quieren grabar el invernadero. Con las demás nos veremos la próxima semana para arrancar el proceso de montaje.
Continuamos con los rodaje de las imágenes obtenidas de la máquina del tiempo, el equipo esta vez se reduce a Camila y Yeni, la primera con la cámara apuntando hacia el río y las huertas que alguna vez su familia cosechó, y la segunda con el micrófono, explorando el paisaje sonoro de la isla en una deriva que la lleva a perderse y a estar una buena parte del tiempo desaparecida, mientras nosotros nos largamos a tomar mate entre repollos, zanahorias, lechugas, cilantros, beterragas y otras abundancias.