Entre la edición del documental y las gestiones para la publicación del DVD, he pasado mucho tiempo frente a computador. A pesar de que muchas de mis herramientas para la creación están en este, el goce se debilita cuando debo pasar horas y horas casi sin descanso. Con esto, los días se han pasado cada vez más rápido y como siempre pasa lo que no tiene que pasar, el grabador de DVD de mi computador no funcionó, así que tuve que estar un par de días en Iquique para la grabación del master, que enviaría a Santiago para la publicación. Además tenía que imprimir los afiches y las invitaciones para nuestro estreno.
Ayer cuando llegué, salí a dar una vuelta a la caleta. Me alegró el enérgico saludo de quienes se cruzaron en este paseo y habían notado mi ausencia en estos días. También me acerqué a la mar, la había extrañado un poco. Ahora que el retiro de este territorio se acerca, me doy cuenta de que me es cada vez más familiar que mar sea ella, y aunque esta connotación tiene algo de machismo, ya que le llaman así, prefiero verla como una compañera, porque eso es lo que ha sido en este tiempo, y por lo mismo, en esta entrada le escribo a ella.
Cuando llegué, estaba fascinada con la idea de vivir cerca de ti, aunque también un poco temerosa, no es fácil superar el imaginario santiaguino-centralista-televisivo. Algunas personas de acá me decían que con el tiempo ibas a perder la magia y que después ibas a ser parte del paisaje y pasarías desapercibida. Creo que no he estado el tiempo suficiente para que esto ocurra -por suerte- y aún estoy agradecida de poder pasar tanto tiempo cerca de ti, de poder verte, olerte, escucharte, sentirte y comprenderte.
Hoy te tengo más respeto que nunca. He sido testigo de lo cómplice y generosa que eres, y de lo furiosa que puedes llegar a estar. Como me contó Don Juan, sabemos que ese día, él no tenía que entrar en ti y que por eso ocurrió el accidente, y como me contó la familia de Xiomara, sé que él no tenía que entrar tanto por un trozo de huiro, si es que no tenía las herramientas para poder sobrellevarte. Aunque ya están mucho mejor y asumen lo porfiados que fueron, sabemos que los castigaste por atreverse a desafiarte, por intentar demostrar superioridad ante ti, por hacer oídos sordos ante tus advertencias.
Me perturba un poco, el hecho de extraer seres vivos de ti y que deban morir por alimentarnos y/o complacernos, pero con esto demuestras tu generosidad. A lo largo de la existencia, has entregado sustento a los pueblos, y con esto, determinado el asentamiento de algunos, como este, que se asentó aquí con la confianza de que les entregarías un buen porvenir, y que a pesar de ser un territorio naciente, que no estaba dentro de los parámetros esperados por el Estado, construyeron y demandaron en torno a ti.
Me gustan los seres que viven en y de ti, son asombrosos. Me gustan tus colores, grises al amanecer, azules y verdes en el transcurso del día, hasta llegar al atardecer donde los amarillos y el naranjo te tiñen. Cuando llega la noche, el color negro se apodera de ti y pareces el vacío, pero te haces presente con tus sonidos. Pareciera que demandas mi atención cuando me despiertas en mitad de la noche.
Eres parte fundamental de esta experiencia rodeada de sal, porque finalmente y entre muchas cosas, eres sal, y detrás de estos cerros, también la hay.
Hoy entiendo por qué se vive cerca de ti. Más allá de estar cerca del lugar que provee de fuente de trabajo, ingresos y comida, quienes se atreven a establecerse a tu lado, lo hacen para agradecer tu generosidad, y de cierta manera, estos tres meses cerca ti, también ha sido mi forma de agradecimiento. Agradecimiento por dejar que te conozca mejor, por tu compañía desde todos los lugares de esta caleta, en mis caminatas para comenzar el día, en la casa con tus sonidos y a través de la contemplación que me permite tu inmensidad. Lo repito, hoy te respeto más que nunca, pero también te admiro más que nunca, sobre todo por la conexión que intentas establecer con quienes nos acercamos a ti, a pesar de que alguna veces nos hagamos los sordos.