La señora Nury me había dado muchos consejos para llevar el taller de cestería con las niñas de la residencia femenina en Quinta, y comencé a hacer mis tareas desde anoche. Remojé y seleccioné cada ramita que llevaría, mientras Fundido perseguía y saltaba jugando con ellas, estilo gato.
Ayer en la jornada en Chimbarongo con las alumnas de taller de mimbre, logré escuchar por distintas voces, sobre el buen trabajo en mimbre que realizan los niños de la Escuela Especial, también en Quinta. Hoy sin esperarlo, me encontré comentando la nueva lectura que le han asignado, a una de ellas en la residencia femenina. Es muy probable que haya estado algo exaltada, ya estos trabajos y las fibras vegetales se están apoderando de mis sonrisas. Debí haber estado un buen rato demostrando mi fascinación por las cestas que tienen en exposición en la Escuela, que una de las niñas comenzó, sin tener quien le estuviera enseñando, a confeccionar un canasto. El canasto avanzaba centímetro tras centímetro, siguiendo la técnica del entrelazado con mimbre. –“Por atrás, por delante, por atrás, por delante…” – repetía mientras seguía creciendo. – Llegaron tus visitas. – de pronto escuchamos que decían las tías. En cuestión de segundos, desapareció todo lo que había logrado. –Mira mamá, hice un canasto, pero lo desarmé.