Hoy comienza nuestra residencia, y como es costumbre, la mayor parte del tiempo estaremos trasladándonos junto a nuestro equipaje–cuyas dimensiones no pasan desapercibidas– hacia Cerro Sombrero, pequeño pueblo asentado al norte de la Isla Grande de Tierradel Fuego. El bus parte recién a las seis y media de la tarde, por lo cual debemos esperar largas horas en la ciudad. Guardamos nuestro equipaje en las oficinas de la Seremía de Cultura de Magallanes, quienes nos han ayudado muchísimo en esta partida. Merecen un humilde reconocimiento en esta bitácora Mariela y Jeannette, sin ellas todo hubiese sido tan difícil.
Punta Arenas es muy bonita, como siempre ventosa, muy calma y abrazadora. Caminamos, nos tomamos un café y nuestras miradas se posan desde la costanera hacia el sur, divisando la silueta de la isla venidera. Después de varias horas de espera y trayectos, llegamos a Punta Delgada, zona que merece su nombre a la corta distancia entre el continente y la isla grande. El Estrecho de Magallanes yace bravo, fuertes corrientes de viento mueven las aguas y las barcazas que se tambalean al son de las olas.
Siendo puristas, aún no arranca nuestro proceso de residencia-sólo alcanzamos a estar una noche en CerroSombrero antes que tuviéramos que volver a Punta Arenas, para asistir al cierre de la residencia en Villa Tehuelches, a la cual fuimos invitados-, pero lo que estamos haciendo es un mapeo involuntario e inconsciente del territorio, comenzando a sentir sus ritmos, el clima, el viento, el paisaje, la vegetación, la vida animal, los sonidos, el transporte y las distancias.
En nuestras primeras 12 horas en Magallanes cruzamos el estrecho dos veces y en nuestros primeros 3 días en esta región hemos tomado 1 avión, 3 buses, 3 ferris y 2 recorridos en van, para finalmente instalarnos en Cerro Sombrero.