Me invitaron a participar del taller de canto para mujeres en la sede de Socoroma, asistí junto a 8 mujeres de distintas edades, quienes se encontraban escribiendo versos a partir de sus historias de vida para musicalizarlas al ritmo del huayno, carnaval, cruz de mayo, cacharpaya, entre otras opciones. Las mujeres escriben y recitan versos a su trabajo en el campo, su trabajo doméstico, al amor, a los cerros, a las fiestas, al agua, a las plantas, a la papa y al chuño. La ternura de sus voces denominando al agua y a la tierra como seres íntegros de la comunidad, dejaba muy clara la noción animadora del mundo que las rodea, la comprensión de una vitalidad en cada aspecto del territorio, de lo necesario que es el viento y la lluvia para la subsistencia de la vida en el desierto.
«Cuando sembramos, pensamos. Cuando sale la plantita es como un pollito chico, con sus plumitas flamea al viento, eso siento yo.» (Vecina M).
Cada una contaba sobre qué escribía y leían orgullosas sus versos, con los cuales surgían los relatos personales, las percepciones individuales de lo que recitaba la otra, encontrándose de manera colectiva en la coincidencia de sus historias de vida, como suele suceder en los círculos de mujeres de cualquier lugar del mundo. Todas se refieren al taller como un aspecto necesario en sus vidas, porque «es difícil hacerse tiempo para una». A pesar de no tener trabajos apatronados como sucede en la ciudad, estas mujeres son aparentemente libres; administran sus tiempos de trabajo según ellas consideran, están la mayor parte del día en el campo, solas, entre ellas, o con sus esposos, pero no tienen jefes diciéndoles qué hacer, ni cómo. Pero, a pesar de ello, dicen que no tienen tiempo, que tienen que hacer otras cosas, que tienen que cocinar, que hacer las cosas de la casa. «Porque una trabaja el doble», trabajan en el campo pero después tienen que llegar a trabajar a sus casas y ponen el énfasis en que podrían quedarse en la casa, en realidad nadie las obliga a salir al campo, pero ellas prefieren salir, quieren salir a trabajar también y esa frase, la han mencionado otras tres mujeres en distintas conversaciones durante esta semana: «yo quiero salir a trabajar», «lo necesito, es importante salir». Una vecina me decía que ella trabaja la tierra desde los 8 años, que así ha sido siempre. Tienen la convicción de que el trabajo en el campo les otorga la fuerza de la vida, si no trabajan se mueren, pero no es sólo el trabajo. Es salir, es estar con los animales, con las plantas, es dar vida, porque si ellas no salen y siembran, riegan y cosechan, aquí no crece nada, todo se seca. Es distinta la vida en el norte que en el sur, donde la vida crece de manera orgánica y lxs humanxs son más bien protectores de esa vida. Ayudan guiando, pero la vida crece igual por sí misma. En el norte no es así, en el norte si lxs humanxs se van, el entorno se seca. La vida humana es relevante en el desierto porque va cultivando, va sembrando, dirigiendo a los animales al río, a los pastos. Lxs humanxs del desierto son creadores de vida y por ello, tanto mujeres como hombres perciben el trabajo en la tierra como fuente de vida, no sólo para ellxs, sino para el ecosistema en su totalidad.
Lo importante es cómo ellas son reflexivas con respecto a su fuerza de trabajo y el desgaste que les implica estar en pareja, al trabajar el doble. Al finalizar el taller, hablaban de juntarse el sábado en la mañana y varias se complicaban porque tenían que cocinarle al marido. Conversaba con otra vecina que me decía lo mismo en otra instancia, se atrasó porque tenía que cocinarle y yo le preguntaba ¿pero porqué no se cocina él? y me decía, porque no sabe. No saben, no saben hacer las labores domésticas y tampoco saben el esfuerzo que implica hacerlas. Da pena y al mismo tiempo rabia, da rabia que con todo el corazón que le ponen a cada cosa que hacen las mujeres, no se les considere su propio tiempo creativo, porque tienen que estar haciendo para otros. Y no sólo haciendo, si no también sufriendo la opresión y censura, la violencia doméstica, física y psicológica, secretos a voces del pueblo, como en cada rincón del mundo.
Una de ellas afirma que siempre le ha gustado escribir versos, en su adolescencia llenaba cuadernos completos, pero dejó de hacerlo porque ya no tiene tiempo, otras dicen que al momento de sembrar cantan, caminan cantando por los cerros y eso las hace felices.
Me pregunto por qué se repite la historia de la opresión masculina como una espiral infinita en cada territorio, en cada comunidad. ¿Por qué no es posible cambiar el curso de la historia? Por qué no pueden llegar ellas cansadas también del campo y sentarse a descansar mientras su esposo las recibe con un plato calentito para terminar el día. Ellas no se quejan tampoco, dicen que los hombres no saben hacer y que a pesar de que ellas trabajan el doble al final ellos siempre se llevan todos los créditos -la historia ha sido escrita por los vencedores- pero lo dicen y se ríen con una alegría intrínseca, como resignadas, no queda otra, ¿qué le vamos a hacer?.
Lo importante sí, es que estas mujeres construyen colectividad en torno a sus quehaceres, se consideran agricultoras, oreganeras y muchas veces salen juntas, hacen juntas. Y eso lo considero relevante: hacer grupo, apoyarse, contenerse en la injusticia de ser las explotadas de los explotados, las oprimidas de los oprimidos*. Tenerse mutuamente es el principio, andando juntas nos escuchamos y nos quitamos el velo, escuchamos los relatos de otras y entendemos que lo que nos sucede a nosotras, le sucede a la compañera y por lo tanto, los problemas dejan de ser sufrimientos individuales y se transforman en problemáticas sociales. En ese andar, podemos aspirar a una comprensión colectiva de que lo personal es político y desde allí apostar a transformar la historia, a hacer historia.
*Según la medición multidimensional de la Encuesta Casen 2015, Putre es la comuna con mayores índices de pobreza en Chile.