Nicole Rozas
La tarde del 31 de octubre decenas de niños disfrazados de superhéroes, vampiros y maléficas, recorren junto a sus padres el centro de la ciudad, halloween en este sector del Limarí, se ha implantado como una fiesta de la comunidad.
Los bomberos abren el cuartel con música, comida, camas saltarinas y taca-taca, la Municipalidad se repleta con concursos, juegos inflables y dulces, una familia de comerciantes cierra la calle donde se ubican sus locales e iluminan una fiesta al anochecer.
Los niños itineran entre estos tres hitos dentro de Punitaqui, piden dulces por las casas, pero por sobretodo habitan y se apropian de estos lugares. La libertad de un espacio no restrictivo, el anonimato tras sus máscaras y quizás un exceso de azúcar en sus diminutos cuerpos los vuelve visibles. Una masa de nuevos habitantes en un pueblo en donde el recambio generacional pareciera estar marcado por la migración de los jóvenes a Ovalle o La Serena, los niños aún no han partido.
Tras guardar las capas y calabazas, Punitaqui amanece desierto, las calles despejadas hasta el fin del camino. El primero de noviembre el flujo se concentra en Pueblo Viejo, una larga calle se llena de comerciantes hasta la entrada del cementerio, ahí las familias bajo un sol implacable, rinden culto a sus antepasados, la ciudad vuelve a la quietud.
Aprovechamos la instancia de disfraces para difundir, e invitamos a las familias a nuestras jornadas de Cineclub. Esperamos volverlos a ver en nuestra casa, aprendernos algún día todos los nombres y conocerlos como a Joaquín, Sofía o Christopher, nuestros niños-amigos-colaboradores-dibujantes, que nos saludan hasta de vampiros y nos esperan por las tardes.
Esperamos convertir la Casa de la Cultura en un lugar en donde los niños sean visibles todos los días sin la necesidad de un disfraz, en donde independiente del rango etario, tengan cabida los relatos de quien quiera contar su historia. Nos quedan seis semanas para construir y escuchar.