Cuando nos dimos cuenta que nuestra residencia partiría entre navidad y año nuevo, sabíamos que sería un comienzo lento; por lo bajo complejo y por qué no melancólico. Los días pasan y tanto yo como Aníbal, entre una suerte de espera y contemplación, comenzamos a sentir los efectos de residir en este lugar: la percepción del cuerpo al estar en una isla es pesada y concurrente. El constante ejercicio de ubicarse en el mapa y entender a la fuerza desde donde y hacia donde estoy mirando (si al sur o al norte, al pacífico o al atlántico), confunde y atrae la idea de alejarse de la comodidad del pueblo para observar el territorio desde otra perspectiva.
Durante la primera mitad de esta semana nos ocupamos de ordenar nuestro futuro trabajo en el territorio. A favor del orden, ordenamos nuestra lista de pendientes en categorías, donde en cada una de ellas expresamos nuestras intención de trabajo colaborativo, investigación y observación. Se esclarece una lista de actividades que en su gran mayoría se postergan hacia el 2019, menos las relacionadas a la busca bibliográfica y filmográfica, principalmente para conocer un poco más de la historia y el pasado del territorio, que muy pocos vecinos han sabido rememorar tan profundamente al respecto. La biblioteca es un buen punto de partida, un generoso estante ofrece gran cantidad de bibliografía local donde destacan viajes de Darwin, diccionarios, mitos y leyendas indígenas más un sin fin de encuentros como los de Anne Chapman con selk’nam de Tierra del Fuego.