En la mañana del día jueves 12 de octubre comenzamos temprano una jornada con varias mujeres de la Mesa en un taller organizado por INDAP, que tenía por objetivo potenciarlas para el desarrollo de proyectos a corto plazo. La Mesa nos invitó pues querían que registráramos y participáramos activamente en esta instancia, además pudimos compartir con ellas y seguir conociendo a otras integrantes que no habíamos tenido la ocasión de verlas y compartir. Desarrollamos diversas actividades que buscaban ir aplicando metodologías participativas para poder visualizar el trabajo que han levantado por tantos años. El galpón en el que nos reunimos se lo adjudicaron en un comodato por 5 años, donde han podido con mucho esfuerzo adecuarlo para pronto usarlo como espacio de la Mesa de la Mujer Rural, para vender sus productos y ser un punto de encuentro abierto a la comunidad. Manifestaron sus inquietudes sobre cómo fortalecer y concretar sus objetivos, sueños y metas a partir de la colaboración de todas.
Ahora bien, más que relatar y describir cómo fue la jornada de ese día, nos interesa compartir una reflexión que surgió entre nosotros tras compartir todo el día en la actividad junto a las mujeres de la Mesa que asistieron. Mucho se habla en el contexto del Arte Contemporáneo sobre la necesidad de colectivizar las prácticas y abrirlas a otras disciplinas con las cuales el “Arte” puede cruzarse con otras esferas que serían ajenas a este, ojalá de forma “inclusiva” y “colaborativa”, pero ¿qué entendemos por estas palabras que hemos puesto en comillas? Durante esta misma residencia de “Arte Colaborativo” nos hemos cuestionado nuestros mismos procedimientos sobre cómo nos interesa relacionarnos, porque de inmediato aparecen las jerarquías y las zonas de privilegios, económicas, culturales, de género. Se tiende a confundir arte con cultura, ya sea como insumos para el turismo o como intervencionismo para la superación de la pobreza. Ante eso, los lenguajes que notamos que aparecen tienen que ver con el lenguaje propio del emprendimiento, o la realización de eventos de alto impacto en términos cuantitativos, generación de nuevas audiencias, ser inclusivos y multiculturales. Es por ello que manifestamos nuestra sensibilidad y transparentaremos nuestro principio que como colectivo hemos desarrollado: no estamos de acuerdo con la utilización de esos lenguajes ni mucho menos en entender el arte como un eje central para articular procesos productivos, ya sea mediante la capitalización de la diferencia o de la exotización de lo periférico. Más bien, consideramos que el arte se toca con otras sensibilidades y en esa acción acontece algo, que no medimos ni calculamos, sino más bien, activamos la potencia que se puede generar para transformarnos y transformar micropolíticamente el espacio donde nos podemos mover. Nos interesa la memoria crítica, queremos generar no solo lazos productivos, puesto que clausuran en vez de abrir reflexiones. Es por esto que hacemos hincapié en pensar los procedimientos por sobre la tematización representativa, porque notamos que no basta con solo enunciar que algo es colectivo y colaborativo per se, en este sentido, ¿qué es lo colaborativo? ¿Basta con reunirnos periódicamente para realizar acciones que se enmarquen en el contexto de arte contemporáneo? La colaboración pareciera tener relación con otra vinculación que sea capaz de torcer el tiempo neoliberal, y por ende, la pulsión ansiosa de generar un trabajo con la comunidad. No estamos interesados en tener como objetivo realizar un gran evento/obra de cierre de la residencia, sino más bien, buscar en conjunto la forma de torcer el tiempo de la producción serial, de la modernidad y del progreso mismo, para permitirnos un momento diferente de reunión. Ante eso, el asistencialismo frente a las comunidades históricamente empobrecidas por el estado y las empresas privadas, es feroz. Por eso, hay que ser conscientes de que nuestra presencia está también atravesada por esta noción que toda institución comporta, ante esto nos preguntamos ¿cómo dislocar nuestro lugar de enunciación para producir un encuentro real con la Mesa de la Mujer Rural?
La colaboración debiese ser parte de un principio de reciprocidad, de respeto, de buen vivir. Muchas acciones que notamos en el mundo del arte y la cultura resultan tan carentes de perspectivas críticas tanto en los discursos como en las prácticas. Porque al fin y al cabo, el arte contemporáneo es también una práctica que se ciñe a la línea del progreso, de la modernidad y colonialidad. Es por eso que no basta creer ingenuamente que por trabajar con comunidades que se reconocen como indígenas o campesinas estamos haciendo algo “político”, sino más bien, pensamos poner atención en la cotidianeidad de las personas con las que nos hemos podido relacionar. Contarles nuestras vidas y saber de las suyas, estrechar lazos que se vayan generando a través de diversas instancias para así, plantearnos la colaboración como algo auténtico en su proceder. Sabemos que la Mesa de la Mujer Rural necesita recursos e insumos para mejorar su galpón, así como también tenemos claro que nuestra residencia se enmarca en otro espectro que no puede caer en la lógica suplementaria de la implementación.
Por eso, manifestamos que nosotros como colectivo de investigación-creación nos autorreconocemos como indígenas, sin tematizar nuestra historia y cruce champurria porque la atención que tenemos es precisamente no caer en las políticas afirmativas de la identidad y de la representación. Estamos interesados en compartir con pu lamngen los procedimientos que consideramos parte del mapuche rakizuam y el az mongen. Nos molesta que se subalternice a las personas que viven en contexto rural, que se les use como objetos de estudio o que se les indique cómo o quién es indígena, ya sea en relación al apellido o al conocimiento indígena que posean las personas. Pues no saber de la cultura ancestral es producto de la violencia colonial del estado chileno, que corta el lof y lo convierte en reducción. Por eso, concebimos la creación y el diálogo como dos instancias que nos permitan generar vinculaciones con lo que nos rodea. Dejando de lado la pretensión de lograr algo de “alto impacto”, porque nos arriesgamos más bien a la intimidad y micropolítica que se genera en el nvxam.
Si enunciamos que nuestro trabajo se reconoce indígena y que nos interesa explorar lo lafkenche en torno a la Mesa de la Mujer Rural, es porque sentimos y presenciamos cómo en este espacio que ellas han construido por 10 años se ha generado un espacio de confianza, de lucha contra el machismo de los hogares que muchas veces las coarta para salir de sus casas, pero que con perseverancia, solidaridad y reciprocidad han logrado entre ellas, generar una red tangible e intangible que excede las palabras mismas de colectividad y colaboración. Cabe preguntarnos en un día como hoy, 12 de octubre, cómo excedemos la instancia de arte contemporáneo, donde la relación binaria entre vida y arte es más bien un flujo que nos ha dejado vivenciar las multiplicidades de lo lafkenche no solo entendido como un pueblo que vive cerca del mar, sino en relación con el agua, con los ngen ko que habitan en los menoko, malliñ, trayenko,wingkul y witrunko.
Pareciera ser que no basta enunciarse como colectividad y colaboración, sino más bien pensar con detención sobre cómo establecemos relacionamientos que nos orientan a devenir también lafkenche, entendiendo por esto la compleja red de cruce indígena y no indígena que atraviesa a esta zona fronteriza, así como a nosotros mismos. El territorio, entendido así, sería una categoría violenta y colonial, pues pensar la categoría naturalizada de territorio, implica reconocer que solo es posible pensarla desde el diagrama colonial que hacen los Estados-nación sobre un terreno que desde la colonización se vio como “sin dueño”, “vacío”, “puro paisaje” o lleno de “bárbaros”.