Hemos realizado muchas visitas extensas a los hogares de nuestras lamngen, ya que ha sido parte central de nuestra metodología de acercamiento afectivo y de levantamiento de contenidos, temáticas y problemáticas locales. Supimos desde un comienzo la dificultad que les implica desplazarse hacia el pueblo para sostener sus reuniones; para cada una de las integrantes de la Mesa de la Mujer Rural de Toltén es un sacrificio económico salir de sus hogares, y un posible problema, pues aún permanece un control de los hombres sobre el quehacer de las mujeres. Ir a encontrarlas, pasar tardes o días con nuestras lamngen ha sido fundamental para escucharlas en un espacio donde se sientan cómodas y seguras. Nuestras conversaciones-entrevistas han establecido un procedimiento experimental y creativo para la construcción de la palabra colectiva.
Nos preguntan y nos preguntamos, ¿es entrevista periodística? No. ¿Es un trabajo de etnografía visual? No. ¿Es un documental? Tampoco. Hemos debatido largamente sobre el procedimiento que hemos querido articular y cuál es la materialidad que aparece, y cómo esta manera de trabajar la palabra se procuraría para sí misma un estatuto de cosa, pero ¿qué cosa? Por un lado, la entrevista periodística tiende a trabajar con una organicidad de la información que dibuja la barrera del entrevistador y entrevistado, donde el objetivo consiste en lograr articular un relato de interés, que tiene una potencia y profundidad medial específica. De otra manera, la etnografía visual sigue estando enraizada en la concepción antropológica del otro, es decir, en la convicción epistemológica absoluta sobre la diferencia insalvable entre mi individualidad y la del o de la que se estudia. Nosotros no estamos seguros de esto, pues nos vemos reflejados en Nancy, en Marta, en Blanca, en Guillermina, en Janette, en Gloria y en tantas otras. Es que la entrevista y la etnografía se encuentran atravesadas por la problemática de la representación sobre ese otro, o de esa otra. Nosotros no estamos interesados en encontrar un dispositivo representacional que le haga justicia a nuestra experiencia, o que le haga justicia a la Mesa de la Mujer Rural de Toltén. Estamos interesados en que la conversación honesta que se ha dado, y que ha pasado por el registro, se conviertan en esos fragmentos críticos de temáticas, alegría, penas y esperanzas que vierten en sus propias vidas y en todo lo que hacen. En ese sentido, tampoco existe una ambición declaradamente documental en nuestro proceder (a pesar que tiene muchos elementos).
Observamos que es en el corte, en el gesto de la edición, donde se trafica y negocia el relato. Optamos por negar las tipologías establecidas por una porfía que tiene un fundamento ético, o al menos una pregunta que se tuerce al reflexionar sobre esto. El corte es el que separa el silencio y le añade un ritmo, construye la distancia también entre el objeto de estudio y el sujeto que lo estudia. O el corte del documento, que deja al pasado presa de la monumentalización arqueológica.
La exotización, la subalterinzación, la esencialización, todas dinámicas neoliberales que poseen una raíz colonial indudable. Son la actualización de un capitalismo cognitivo en alianza con la epistemología colonial y racista del sur global; actualización que hoy toma la subalternidad, la migración, la disidencia como adjetivos para ser combinados como mercancía política. Nuestra reflexión con la creación es precisamente la auto-vigilancia para dejar de reproducir imágenes sobre cuerpos humanos que se suturan mediante la identidad, se estandarizan y se dejan como inocuos porque están plenamente identificados, comodificables y consumibles. Por eso no creemos que basta con nombrarse mapuche, feminista, decolonial, anticolonial o queer (o tantos otros tags para el mercado del arte contemporáneo). Hay que pensar cómo es que aquello por lo que luchamos también coopera con las fuerzas contra las que nos oponemos. Las fuerzas invisibles pero corporizadas en nosotros mismos: somos la continiudad de esa violencia porque hemos sido construidos como tal al interior de una hegemonía política, epistemológica y ontológica, que aquí toma el nombre de Chile, de la Araucanía, de Nueva Toltén.
Entonces, ¿qué pretendemos hacer con estos relatos? Si podemos encontrar una idea que nos ayuda a explicar esto, es justamente el nvxam, como conversación cariñosa en ciclo, como espaciamiento-temporal para el reconocimiento de la dignidad en todo lo que nos rodea, como una ética de la escucha, del habla y de la reciprocidad de la palabra colectiva.
Por eso es que el primer gesto que planteamos es que nosotros también aparecemos, aparecen nuestras palabras porque también nosotros estamos ahí, no se trata de un lugar de enunciación teórico. Son nuestras bocas moviendo el aire, escribiendo el viento con la Mesa de la Mujer Rural de Toltén, son nuestras manos y nuestras ideas las que también están ahí. Constanza, Antonio y Manuel, subjetividades puestas como un elemento más, articulando nvxam, no entrevistas; compartiendo kimvn, no información.