A modo de despedida, escribo este último texto ya lejos del viento intenso, las puestas de sol frente a mi cabaña, las largas conversaciones llenas de nostalgia de un ferrocarril fantasma y las tardes de amistad y creación.
Durante toda la residencia, buscamos generar lugares de escucha y aprendizaje en donde la práctica artística y la comunidad crecieran en conjunto. Cada uno de los encuentros, acciones poéticas, instalaciones y creaciones, hablaron de un encuentro, diálogo, creatividad y solidaridad entre la gente de Los Vilos en torno a historias y reflexiones sobre su patrimonio local, memoria e identidad. Experimentamos un proceso creativo lleno de emociones, en donde las experiencias cotidianas, el compartir y la esencia del lugar fueron las razones para crear y reflexionar sobre el pasado, presente y futuro.
Nuestras acciones celebraron vidas y recuerdos vinculados al tren, transformaron la Casa de la Cultura en un espacio comunitario lleno de música, expresiones plásticas y corporales, e intervenciones artísticas reflexivas y más de alguna políticamente comprometida. Repensamos y re-significamos espacios naturales del sector a través de la creación, reflexiones conjuntas e individuales, la apropiación y el simbolismo de nuestros actos colaborativos. Logramos que estudiantes que no se hablaban y no se conocían, a pesar de ser vecinos y verse diariamente en la misma sala de clases, jugaran, crearan y se rieran a carcajadas juntos. Aprendimos, todos los días aprendimos de la importancia de darnos el tiempo de escuchar, de respetar y valorar a los otros, porque juntos somos mucho más.
Esta experiencia logró abrirnos nuevas preguntas y reflexiones en relación a la importancia de la interacción humana dentro del arte. Comúnmente se habla de la relación del triángulo artístico entre el artista, la obra y el espectador, en donde encontramos a un experto, un objeto inmaculado y el inexperto. Gracias a la residencia, todos los que fuimos parte de ella, construimos y nos construimos juntos. Porque no decirlo, ya que el arte contemporáneo nos ha empoderado, logramos trasformar el triángulo pasivo y recibimos con los brazos abiertos y despiertos la complejidad de todas las figuras y formas para construir algo mejor.