Martes. Muy temprano armamos nuestros equipos y partimos hacía Bahía Azul para encontrarnos con Maritza y Alexéi, con el objetivo de incluirlos en una nueva experiencia de “máquina del tiempo”. Llegamos y Maritza trabajaba en su cocina en varias preparaciones al unísono, donde un par de ellas eran para compartir con nosotros. Entendimos que apurarnos no servía de nada, así es que nos entregamos al tiempo calmo y pasamos prácticamente todo el día juntos, paseando por la costa, conociendo desde mariscos hasta trincheras militares preparadas para la supuesta guerra del 78. Se nos une a la expedición Mari, la oveja mascota de Maritza y Alexéi, que cual perro pasea junto a nuestros pies tiñendo el recorrido de blanco magallanes. Almorzamos, conversamos, pasamos la tarde, y ya de noche proponemos invitarlos a la máquina del tiempo. La contrapropuesta de ellos es hacerlo en Cerro Sombrero, donde está su vieja casa y sus viejos recuerdos. Son casi las doce de la noche y Martiza lleva más de una hora escuchando los paisajes sonoros y dejándose llevar por los colores de la proyección que chocan en su cara. Sin querer nos da vuelta el juego y logra superar la metodología entrando en un absoluto trance de “paz y tranquilidad”, como lo definió ella cuando ya las baterías de la cámara estaban agotadas. Es tarde, Alexéi duerme junto a su perro Fidel en el living y ya es hora de irnos.
Volvemos a vernos con Camila, Yeni y Brenda en una sesión de montaje en torno a un primer corte de sus representaciones. Entre todes vemos el capítulo de Brenda que hasta ahora es el mejor articulado, y con poca timidez ella comienza a hacer modificaciones concretas: sacar una parte, incluir material de archivo en otra y agregar uno que otro plano. Brenda logra romper el hielo de la sesión y abre paso a que las demás intervengan sus trabajos.