Después de este período de investigación que para los participantes ha sido una especie de viaje por el tiempo -como me dijeron por ahí-, y que a mí me ha dejado empapada de lo que ha sido y es la caleta, hemos llegado a la base de que nuestra película debe ser, en palabras de la comunidad, un reflejo de las formas de vivir en este lugar. Ante esto, surgieron varios conceptos para dar vida a esta realización, entre ellos la organización -pues consideran que esta es la base para haber alcanzado el nivel de desarrollo con el que hoy cuentan-, también los oficios, la labor de la mujer y por supuesto -y como era de esperar- las historias “fantasmales”.
Con la misión de involucrar más visiones en este proceso, asistí a la reunión mensual del sindicato de pescadores. Mis intenciones fueron, volver a invitarlos a participar -aún estamos a tiempo- y aclarar algunas dudas que percibí respecto a las expectativas que se estaban formando. Fui muy bien recibida, también escuchada, pero mi intervención generó cierta discusión entre ellos por haber estado ausentes del proceso.
Al otro día y muy temprano, llegó a mi casa Toto, ex pescador que estaba en la reunión. Venía a contarme sobre la historia de la Escuela y la lucha que involucró. Llegó con algunas fotografías y con un discurso en un amarillo y deteriorado papel que tiene guardado desde mediados de los 90s y contiene el programa de un acto escolar. Su relato estaba cargado de nostalgia. Esta incitativa debía compartirla con el grupo creativo que se conformó y como en lo personal, tengo una vinculación emocional con las escuelas en contexto de ruralidad, decidí que si lo haría, debía hacerlo de manera objetiva para que este lazo personal no incidiera en la decisión de la comunidad -es su película-. La escuela había sido un tema identificado en este proceso de investigación, y que al igual que la posta y la carretera, nacieron por los mismos motivos, la necesidad producto del asentamiento y la cobertura de necesidades básicas.
Cuando les conté sobre la visita de Toto, fue un consenso enérgico que no me esperaba -parece que ya me estoy acostumbrando a que todo genere cierto grado de debate- el hecho de establecer a la escuela como eje central de nuestra realización. El fundamento estuvo en que había sido una construcción que nació por la unión y gestión de ellos mismos, “la construcción de la escuela es algo que nos unió a todos y por lo que no había beneficio económico, que es por lo que siempre nos juntamos”, así que de pronto tuvimos un tema central.
Si bien en el papel esta residencia incluía instancias para fomentar que la comunidad decidiera el género de la película, las cosas no se dieron para lograrlo. Había pensando en que visionáramos ciertas obras para que la comunidad escogiera con una pequeña base el tipo de película que se hiciera, pero realmente, los hábitos de reunión y participación son muy débiles –y es que también hay otras prioridades y se entiende-, así que cuando hemos logrado juntarnos, ha sido para crear y principalmente hacer, por lo que ahondar en visionados quedó en un segundo plano. Además, me he dado cuenta de que lo que funciona aquí, es lo preciso y puntual, la instancia de decisión directa -característica muy ligada a los hábitos de las organizaciones sindicales-. También me di cuenta de que debía proponer el género de nuestra película, pues sin esa base que hubiesen generado los visionados, esa propuesta no iba a llegar desde la comunidad. También pensé que si proponía una ficción, nos tomaría más tiempo el trabajo colectivo previo y a pesar de que mi experiencia en trabajos comunitarios se relaciona con este género, pensé que el género documental podría ser una opción, por el tipo de recursos que están apareciendo y el discurso que se está formando.