Entre tecitos, sándwiches y unos pastelitos caseros que desbordaban crema pastelera, las señoras del club de adulto mayor “Los años dorados” comenzaron a trenzar la totora y el cáñamo con técnicas que combinan la simpleza del material con la complejidad de la técnica.
Se nos ocurrió, para que la trenza quedara firme en su factura, debíamos amarrar un extremo al respaldo de la silla de la compañera de al lado. Así formar un trencito de trenzado; el tren que las llevará al paseo que desde hace días organizan y que tan ansiosamente esperan para ir a La Serena. Más de alguna gritó “¡chu chu!”.
Partieron con trenzas de tres hebras, la misma “trencita María” con la que peinaban a sus hijas para ir ordenaditas a la escuela. Cuando ya se sintieron agarradas de la onda totora, quisieron seguir con cuatro hebras, seis hebras y a las que nos las agobió el dolor de huesos o tendones, se atrevieron a seguir con ocho hebras, incluso diez. Cuándo les hablé de doce hebras, catorce, veinte y treinta, entre risas, me miraron incredulamente con una expresión que claramente reflejaba un “yo quiero intentar”
Una vez más, amiga totora hizo de las suyas.