Este fin de semana es de Teletón y aquí en Curanilahue, a las 20 horas de ayer, comenzó un evento organizado por el municipio, para alcanzar la meta comunal. $46.086.548 es el monto que se debe alcanzar y para lograrlo, se han realizado diversas actividades. En el escenario instalado en la plaza, se han presentado agrupaciones de danza y canto, grupos de música tropical, por supuesto que también hubo un número de payasos —lo que no podía faltar en Curanilahue—, se realizó un remate con diversos elementos donados y paralelamente, se realizó un campeonato de fútbol.
Lo he visto en distintos territorios, la Teletón es un momento en el año cuando la donación y la solidaridad se perciben como parte de ser chileno. Se generan actividades donde las personas se encuentran, los conflictos desaparecen y la organización se hace presente. Nunca deja de sorprenderme la magnitud de ese sentido de comunidad que aflora y, aunque podría escribir varios párrafos respecto a mis interpretaciones de este evento y este comportamiento, el tema de esta entrada es otro.
Observando las actividades de la plaza, me puse a pensar en esta, como punto de encuentro para los Curanilahuinos. Un espacio público, muy activo, un lugar donde pasar la mañana, donde tomar un helado en la tarde, donde reunirte, donde hallar a alguien sorpresivamente, donde ofrecer, donde vender, donde generar espectáculos, donde jugar. Allí siempre hay personas, siempre hay movimiento, siempre está muy viva, y donde hay vida, hay cultura. Reflexión que tomó más sentido con lo que había observado ayer, con mi visita a los museos de Curanilahue.
Fue curioso enterarme que aquí no existe un museo que provenga de la institucionalidad, pero si dos que provienen de la propuesta de la comunidad. Por un lado, el Museo Histórico minero y paleontológico, nació de la propuesta de tres profesores que, a través de su gestión, consiguieron diversas donaciones, las que hoy conforman una muestra que va desde la explosión del big bang, hasta la tragedia de los 21 mineros. Por otro lado, el Museo Interactivo Minero, nació de la propuesta de algunos miembros del Ex sindicato de trabajadores Colico Trongol, que respondía a la amenaza que surgió con el cierre de las minas, el olvido de la cultura minera. Debo destacar la réplica de una mina de carbón en este museo, pues a pesar de nunca haber estado dentro de una verdadera, realmente me sentí entrando en una.
En las visitas, me encontré con elementos que, desde detrás de una vitrina, representan el amor que un ser humano puede llegar a tener por su territorio, por su origen, por su cultura —amor a la vida, en otras palabras—, sin embargo, tuve la sensación de que, al estar exhibidos de esta manera, le entregan al pasado un carácter lejano y estático mientras que, para mí, es un elemento fundamental en la configuración del presente y, por lo tanto, también del futuro. Si cultura va de la mano con historia y, esta última se percibe como un acontecimiento pasado, a cultura también se le relaciona con este tiempo, entonces pienso que, con esta visión, nuestras manifestaciones culturales en el presente, se ven invisibilizadas —y es que acaso, la vida que se desarrolla en la plaza de Curanilahue, ¿no es cultura? —. Creo que el error en el presente, es entender el arte y la cultura como un instante de entretención, es entender los departamentos de cultura municipales como una productora de eventos, en vez de entender su función como responsables en la garantía del derecho al desarrollo cultural.