Hoy fue el primer día de residencia. El pueblo de Lonquimay tiene una forma muy particular. Sus calles arman lo que desde el cielo parece un caparazón de una tortuga. Una tortuga perdida en medio de la cordillera de los andes. Eso es Lonquimay. Un pueblo que pareciera vivir en un tiempo anterior. Sus calles se mueven a otro ritmo, las personas que habitan aquí caminan por la calle como si les afectara otro tipo de gravedad, como si fueran exploradores perdidos de otro planeta.
Nos reunimos con el equipo de trabajo del área cultural de la Municipalidad que está compuesto por Toñita, la Encargada de Cultura, Gonzalo, profesional de Servicio País y por Claudio, artista visual.
Hicimos un repaso de las diferentes etapas que vivió el proyecto hasta donde estamos ahora. Las diferentes revisiones y la necesidad de que se ampliara la visión que yo tenía inicialmente.
Hablamos sobre los objetivos que debería tener esta residencia. Hablamos sobre la utilidad del arte, sobre la necesidad urgente de volverlo algo concreto y práctico.
Hablamos también de cómo Lonquimay pareciera estar aislado del mundo, quizás por eso sus habitantes caminan como si no hubiera gravedad. Quizás al atravesar ese túnel de 4 kilómetros que los separa del resto del mundo algo cambia. Quizás realmente estamos en otra dimensión.
Hablamos sobre qué significa el patrimonio inmaterial, sobre los oficios ancestrales y la preocupación de las últimas personas que sostienen su saber; ellos piensan que son animales en peligro de extinción, que cuando ellos mueran, los oficios morirán también. Se preguntan por qué las nuevas generaciones no se interesan por esos oficios.
Hablamos también sobre las distancias, sobre la enorme distancia que separa a cada una de las personas que viven en esta, la cuarta comuna más grande de Chile y que en algún momento fue una pequeña porción del vasto territorio que perteneció al Cacique Calfucurá, el señor de las pampas. Un territorio que empezaba por aquí y terminaba por allá lejos, cerca del otro Lonquimay, casi llegando al Atlántico. Hablamos sobre la imposibilidad de recorrer esas distancias, del aislamiento que viven las personas en sus propias casas, sin conocer a sus vecinos, sin contactarse con los otros. Hablamos de los niños en los internados, del adoctrinamiento que reciben ahí dentro.
Hablamos de las múltiples posibilidades que puede entregarnos esta residencia: un museo al aire libre de distancias titánicas, cuyas piezas sean gigantes ancestrales mostrando oficios milenarios, un museo tan grande que tenga que ser recorrido durante horas en un vehículo especialmente adecuado para ese recorrido. ¿Cómo sería ese vehículo? ¿De qué estaría hecho? ¿Cómo serían sus asientos? ¿Cómo sería la persona que lo conduce? ¿Cómo serían las personas que guían el viaje? ¿Cuál la música que acompañaría ese viaje? ¿Quiénes serían los exploradores invitados a subirse en este viaje?
Es el primer día y la cabeza ya nos explota.